Cuando menos lo esperas, las oportunidades llegan. Eso le ha ocurrido a Eva Coronado, que pasó de la decepción al júbilo en solo unos días. Se había quedado a un segundo de la marca mínima para los Juegos Paralímpicos y sin hueco en la expedición española, pero una reasignación de plazas le daba in extremis el pasaporte para Tokio. “Es un regalo con el que ya no contaba, voy a disfrutar y a darlo todo en el agua”, asevera el último ‘fichaje’ de la natación, una de las jóvenes que viene despuntando con brío.
Tenía preparada las maletas para desconectar y pasar unos días de vacaciones en su pueblo, Cardenete (Cuenca), cuando le sonó el móvil. Al otro lado le preguntaron si estaba dispuesta a subirse al tren paralímpico ya en marcha. Cuando colgó, la emoción le embriagó. “No podía creerlo, estaba pensando en volver a la piscina en septiembre para preparar el siguiente ciclo con la vista puesta en París 2024. Es una sorpresa”, cuenta.
Sin tiempo para digerirlo, tocaba cambiar el equipaje y dirigirse a la burbuja de 15 días en el CAR de San Cugat de Barcelona antes de viajar a la capital tokiota. “Tras quedarme fuera de la lista oficial seguí entrenando, aunque con menor volumen, me mantuve activa, más centrada en el trabajo en seco. Confío en llegar a tope”, dice la valenciana, que con constancia y humildad se ha hecho un hueco entre las mejores del mundo en clase S14 para deportistas con discapacidad intelectual.
Con seis años sufrió en el colegio una crisis epiléptica que le dejó secuelas cognitivas, de equilibrio y de coordinación. “Tengo temblores en las manos, dislexia y me cuesta mucho el aprendizaje en los estudios”, apunta. Todo ello desaparece en la piscina, su hábitat desde los tres años, su antídoto para combatir cualquier problema. “Pasé años duros, en clase fui víctima de bullying, los niños se reían de mí, por eso el agua era el sitio dónde mejor estaba, era libre y me sentía igual que el resto. Me ayudó a aumentar la autoestima”, confiesa.
El hectómetro lo combinaba con travesías en el mar, compitiendo con gente sin discapacidad. En 2014 se proclamó campeona de aguas abiertas de la Comunidad Valenciana y aquello supuso un punto de inflexión porque allí conoció el mundo de la natación adaptada. David Román y Pilar Javaloyas -nadadora con 11 medallas paralímpicas- quedaron prendados de aquella joven tímida que se transformaba en cada brazada en la piscina del Club Aquatic Campanar.
“Ellos fueron los primeros que me tendieron la mano y luego todo vino rodado. En 2015 fui al Europeo para jóvenes en Croacia y gané cuatro oros y ese año me llevé también un bronce en el Mundial INAS de Ecuador”, cuenta la deportista del Club Ferca San José. Su mejor logro hasta la fecha es el bronce en 100 espalda que conquistó en el Europeo absoluto de Dublín en 2018. Esta temporada empezó muy fuerte, con marcas bastante buenas, pero a partir de febrero se estancó.
“No supe gestionar mi cabeza y no era capaz de llegar al objetivo, que era la mínima para Tokio, quedándome a un segundo en el 200 libre. Tenía mucha presión en cada competición y no avanzaba”, lamenta. En el Europeo de Funchal (Portugal) ganó un oro por relevos y se quedó hasta en tres ocasiones con la medalla de chocolate. “Si al menos hubiese bajado mis tiempos, pues estaría bien, pero me dejó un sabor agridulce porque se me escapó la oportunidad de ir a los Juegos. Fue un palo, aunque no quedaba otra que pasar página, resetear y pensar en los siguientes campeonatos”, añade.
Pero el destino ha querido recompensar su trabajo y dedicación con una plaza para sus primeros Juegos. “Es un premio que espero aprovechar al máximo. Deseo estar en la piscina, aprender de mis compañeros y rivales y vivir la experiencia de la mejor forma posible”, explica. Solo nadará el 200 libre, sin exigencias ni nada que perder: “A pesar de que este año me atasqué, voy con ganas y con mucha fuerza, a ver si rompo esa barrera psicológica con el subidón de estar en unos Juegos. Mi objetivo es bajar de 2:16.32 y si me cuelo en la final sería la guinda al pastel”.