Su sonrisa indeleble y el buen rollo que transmite en el vestuario delatan que vive bajo la alegría perpetua. Desde que era un crío, Óscar Onrubia hizo del parqué su alfombra para disfrutar con el balón anaranjado en sus manos. Con 10 años había despuntado a los mandos de una handbike, pero a él le tiraba más el deporte en equipo por su carácter sociable y dicharachero. Encajó a la perfección en el baloncesto en silla de ruedas, en el que crece a pasos agigantados. A sus 21 años, el catalán encarna el descaro, la frescura y la pasión de una nueva generación que pisa fuerte y que en junio ganó el oro continental sub 22. Subcampeón de Europa con la absoluta, ahora le llega la oportunidad con la que soñaba desde niño, disputar unos Juegos Paralímpicos.
Con seis años la pelota de basket se convirtió en su eterna compañera, aunque durante un tiempo la compaginó con la natación y el ciclismo. “Fui campeón de Europa infantil, también de Cataluña y de alguna carrera por España. La handbike se me daba bastante bien, era mi principal foco por entonces”, confiesa. Recién había superado un duro revés, ya que con apenas tres años estuvo “al filo de la muerte”. Sufrió una sepsis meningocócica, una infección que le dejó una doble amputación tibial y sin dedos en las manos.
“Es una bacteria que se mete en la sangre y hace que se gangrenen las extremidades y si no te amputan las partes afectadas, la enfermedad se traspasa hasta el corazón y te mata en horas. Mis padres me contaron que hubo un momento en el que estaba prácticamente muerto ya que todas las funciones vitales de mi organismo no respondían. Pasé cuatro meses en el hospital, la mayoría del tiempo en coma inducido en la UCI. Pero después de numerosas operaciones e injertos salí adelante por mi actitud y personalidad. Desde entonces le sonrío cada día a la vida porque mi corazón sigue latiendo”, relata el barcelonés.
El deporte fue una fuerza especial, una vía de desahogo para canalizar sus inquietudes. Y el baloncesto le sedujo por ser una modalidad colectiva. “Practicar deporte de manera individual me quemaba mucho porque no hablaba con nadie, me aburría. Mientras que en el basket estaba en comunicación y sintonía con más gente, me enganchó porque era el único sitio en el que no me sentía juzgado por mi discapacidad. Al principio ni llegaba a canasta, y eso que me ponían las más bajitas para niños pequeños. El aprendizaje no fue duro ya que no tenía presión, solo pensaba en jugar y en pasármelo bien”, afirma.
En el pabellón de Vall d’Hebron dio sus primeros pasos hasta que Óscar Trigo, su valedor y actual seleccionador español, lo reclutó para el CB Alisos. Luego pasó por el Sant Nicolau y por el CE Global Basket, club creado por el técnico catalán y en el que jugó cuatro temporadas en Primera División. “Óscar es mi mentor, un pilar en mi vida deportiva, uno de los mejores entrenadores del mundo, la persona que confió en mí y que me creó desde cero como jugador”, comenta. El año pasado debutó en División de Honor con el CB Las Rozas y este curso ha defendido la elástica del BSR Amiab Albacete, con el que ha levantado la Copa del Rey.
“Me queda mucho por aprender, pero he dado un salto de calidad tanto en mi club como con España. He mejorado en la lectura del juego y en la gestión de la presión, un plato que tienes que comerte cada día ya que formas parte de equipos muy competitivos en el que los balones queman y la velocidad de juego es increíble”, explica el escolta de 21 años, una pieza clave en las dos últimas medallas continentales que ha logrado la sub 22. La primera fue un bronce en 2018 y la segunda un oro en junio.
Onrubia llegó a la absoluta hace tres años para sustituir al lesionado Dani Stix en el Mundial de Hamburgo, donde la ‘ÑBA’ sobre ruedas fue quinta. Y formó parte del plantel que subió al segundo cajón del podio en el Europeo de Polonia de 2019. “Era la primera vez que entraba en la selección por méritos propios, ganándome un puesto. Me daba igual no jugar ni un minuto y estar todo el campeonato repartiendo agua a mis compañeros, me sentía un privilegiado y, encima, ganamos la plata”, asevera.
El catalán, que derrocha generosidad y humildad en la pista, espera aportar su velocidad, cambio de ritmo y su buen tiro de media y larga distancia. “Mi punto fuerte es la buena energía que transmito en el grupo, me gusta hacer reír a la gente, soy un payaso de la cabeza a los muñones. Los ‘rookies’ damos ese toque de juventud que es necesario en el equipo, somos esponjas y aprendemos cada día de los veteranos, ellos te dan un golpe de realidad y te muestran que todavía nos queda mucho por hacer. Soy consciente de dónde estoy, por mi edad no tengo un rol determinante, pero sí espero ser importante en un futuro”, añade.
Lo que sí es seguro es que será uno de los 12 jugadores que tratarán de repetir el podio de Río de Janeiro 2016. Allí España se colgó la plata y en Tokio apunta a lo más alto. Se medirá en la primera fase a Turquía, Colombia, Corea, Canadá y Japón. “Estar en unos Juegos Paralímpicos es alcanzar la cúspide. Reconozco que cada vez que pienso en ello tiemblo como un flan de la emoción, estoy muy agradecido por el trabajo que me ha llevado a estar entre los elegidos. Nos ha tocado un grupo que sobre el papel puede parecer fácil, pero en unos Juegos cualquiera te pone en aprietos, nunca hay que subestimar a nadie. Creemos en nuestro potencial, podemos pelear por el oro, soñamos en grande y lo queremos demostrar en la cancha”, remata Óscar Onrubia, un jugón que siempre lleva una sonrisa en los bolsillos.