Con un poderío desgarrador de principio a fin, Susana Rodríguez y su guía Sara Loehr han llegado a lo más alto en el Parque Marino de Odaiba, un ‘infierno’ donde la ‘ParaTriArmada’ española ha conquistado tres medallas. Álex Sánchez Palomero fue el primero con un bronce en PTS4 (discapacidades moderadas), luego Héctor Catalá y Gustavo Rodríguez con una plata en PTVI (discapacidad visual) y unos minutos después llegó la guinda a una jornada espectacular con el oro en PTVI de la viguesa y la barcelonesa. La competición arrancó a las 6.30 para mitigar las altas temperaturas, pero aun así las condiciones eran durísimas, en una bahía caldosa con el agua a casi 30 grados, el aire a 34 y la humedad del 86%.
En las calles de Tokio, con el aliento de algunos aficionados y con el sol quemando la piel, el equipo español peleó con valentía y con esfuerzo titánico por los metales en la batalla de la supervivencia. El mayor botín se lo llevaron Susana y Sara. Apenas llevan un año y medio como pareja y solo han competido en dos pruebas internacionales -oros en las Series Mundiales de Leeds y en la Copa del Mundo de A Coruña-, suficientes para convertirse en una dupla sólida, con un enorme potencial y con una gran regularidad en los tres segmentos. Han hecho historia tras colgarse la primera medalla dorada del triatlón español en unos Juegos.
En una carrera extrema (750 metros de natación, 15 km bici y 5 corriendo) han demostrado que son dos deportistas de tremendos pulmones y tanto duras de cabeza como fuertes de piernas. La primera boya rompió la simetría del grupo y la viguesa y la catalana tomaron la delantera para salir del agua en primera posición. En la bicicleta, en un circuito estrecho entre rascacielos y centros comerciales, las españolas pedalearon al unísono en una danza coordinada y perfecta. En cada vuelta les sacaban ventaja a sus perseguidoras, las canadienses Jessica Tuomela y Marrianne Hogan y las italianas Anna Barbaro y Charlotte Bonin.
Habían dosificado energías y guardado la suficiente gasolina para la carrera a pie, aunque necesitaron cintas de refrigeración en la cabeza y algunas botellas de agua para paliar el calor. Cinco kilómetros y la gloria le esperaban, ya nadie les iba a arrebatar el suculento manjar, la victoria era de ellas. Cruzaron la meta con un tiempo total de 1:07.15, casi cuatro minutos más rápidas que las italianas, que se llevaron la plata. El bronce fue finalmente para las francesas Annouck Curzillat y Celine Bousrez.
Susana, que ha sido tres veces campeona del mundo y ya tiene la triple corona -oro europeo, mundial y paralímpico-, alcanza así su nirvana como triatleta, con un oro estelar que recompensa todo el camino pedregoso que ha tenido que recorrer en su trayectoria. De pequeña levitaba sobre el tartán, llegó a ser campeona del mundo junior en 100 y en 400 metros, pero su carrera como atleta se vio truncada en 2008 tras quedarse sin ir a los Juegos de Pekín. Aquel mal trago le hizo guardar las zapatillas de correr durante dos años, aunque su pasión por el deporte le llevó a probar el triatlón, modalidad en la que ha fraguado un palmarés excelso.
Esa persistencia y voracidad que desprende cuando compite le han encumbrado a lo más alto. En Río 2016 fue quinta y en el país del sol naciente ha arrasado. Su participación en Tokio no ha terminado, ya que se convertirá en la primera española en competir en dos disciplinas en unos mismos Juegos. La versátil y polifacética deportista estará mañana en los tacos de salida del Estadio Nacional para disputar las series clasificatorias de los 1.500 metros T11 (atletas ciegas) junto a Celso Comesaña.
“Nunca te imaginas estar en el podio hasta que te subes, ese es el momento en el que te lo piensas a creer. Llevamos desde febrero de 2020 juntas y con esta situación no hemos podido compartir tanto tiempo, pero hicimos una buena planificación. He prometido mil cosas si ganaba y ahora me van a pillar -ríe-. Yo que odio bailar dije que lo haría, que organizaría una fiesta en Santiago para un montón de amigos… Me lo irán recordando ellos”, ha bromeado.
El gran éxito que acaba de lograr en Japón no se entendería sin su otra mitad, sin sus ojos, Sara Loehr. A veces el destino es caprichoso y si no, que se lo digan a la triatleta catalana. Con nueve años fue la niña que coronó la pirámide humana en el estadio de Montjuic para inaugurar con “un beso de bienvenida” los Juegos Paralímpicos de Barcelona’92. Ahora ha sido protagonista en una cita paralímpica. Empezó como atleta y a los 20 años y tras varios desconectada del deporte, se le cruzó el tren del triatlón y decidió subirse.