Sara Fernández, brincos a oscuras hacia Tokio

La atleta sevillana disputará sus segundos Juegos Paralímpicos. Afianzada entre las mejores en salto de longitud T12, la deportista tratará de igualar el diploma de Río 2016 y mejorar su marca personal, que está en cinco metros.

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La sevillana Sara Fernández durante un salto en el foso de arena. Fuente: CPE

A 35 metros del foso de arena, con los ojos protegidos por unas gafas negras para combatir el exceso de luz, se concentra y visualiza cada vuelo antes de iniciar la carrera. Los brincos a oscuras de Sara Fernández le han granjeado varios éxitos internacionales y le han situado en la élite de la longitud mundial en categoría T12. A sus 26 años busca dar un paso más en su carrera con una buena actuación en Tokio, sus segundos Juegos Paralímpicos, a los que llega in extremis tras recibir una invitación. “Es una recompensa por el trabajo de tantos años, voy a dar lo máximo para superarme en cada salto”, recalca.

La tenaz deportista de Espartinas (Sevilla) llegó al atletismo con nueve años, cuando Florencio Morcillo, entrenador de la ONCE en Andalucía que tantos buenos atletas ha moldeado, quedó prendado al ver desde una cafetería las zancadas que daba aquella niña en un parque de la capital hispalense. “Medía 1.64 metros y tenía las piernas muy largas. Me dijo que fuese a probar y me gustó lo de correr y saltar. Antes practicaba natación y bailaba flamenco, aunque no me salía la vena sevillana, no tenía arte para moverme”, dice riendo la joven de melena rubia, albina, con menos de un 10% de visión y con fotofobia.

Esa falta de pigmentación en la piel, los ojos y el pelo era el primer caso en su familia. “Mi madre desconocía lo que era el albinismo y con pocos meses de vida, como estaba tan blanca me ponía al sol. Menos mal que nací en diciembre, porque si llega a ser en verano y en Sevilla, me tuesto”, bromea. En sus primeros pasos en las pistas del Centro Deportivo Municipal de San Pablo ya apuntaba maneras, ganaba a todas las niñas. “Es que era muy alta, menos mal que en la adolescencia me quedé en 1.73 metros. Al principio me lo tomaba como un juego, iba un par de veces a la semana a entrenar”, comenta.

Se decantó por las pruebas de velocidad y, sobre todo, por la longitud porque le encantaba rebozarse en la arena: “Fue un flechazo, disfruto mucho saltando. Es el único lugar donde no tengo obstáculos y me ha ayudado a ser decidida y echada para adelante en mi día a día en la calle. Eso sí, me he comido algunas farolas o bolardos, a los que llamamos mataciegos”. Ya con 14 años ganó sus primeras medallas en su debut internacional en Vilna (Lituania) y poco después decidió ponerse en manos de Laura Real, la entrenadora que le ha pulido en Tomares.

En 2014 ganó un bronce en salto en el Europeo de Swansea (Gales), en 2015 un bronce en relevos 4×100 en el Mundial de Doha (Catar) y en 2016 otro bronce en 100 metros en el Europeo de Grosseto (Italia). Y ha rozado otras muchas veces el podio, como le ocurrió en junio en el campeonato continental en Bydgoszcz (Polonia). Fue cuarta y se le escapó la medalla por un centímetro. La nota positiva es que alcanzó por primera vez los cinco metros. “En los últimos meses me había estancado, me movía por encima de 4.90 hasta que pude romper esa barrera psicológica. He hecho hincapié en el trabajo psicológico ya que es una prueba que desgasta y hay que saber gestionar muchos factores que influyen en el salto”, explica.

Pese a rebasar su techo, la marca fue insuficiente para lograr un billete hacia Tokio. No aparecía en la lista oficial de la delegación española ya que no tenía mínima, pero la renuncia a las plazas de varios países le dieron una oportunidad que ya no esperaba. “Tenía planificado el verano, estoy de prácticas como estudiante de Fisioterapia y también iba a irme unos días con mi abuela a La Redondela (Huelva), a un camping junto a la playa. Pero recibí la llamada de Pedro Maroto -director técnico de la Federación Española de Deportes para Ciegos- y me dijo si quería ir a Tokio. Pensé que era una pregunta trampa, me puse nerviosa, no me lo creía”, relata.

Sara no había dejado de entrenar, así que continuó su preparación con más ganas y ambición que nunca, el país del sol naciente le espera. “Está muy caro ir a unos Juegos, las mínimas son exigentes, marcas que te darían medalla. Los afronto con ilusión y con más cabeza que en los primeros de Río de Janeiro. Allí no supe que estaba en una cita paralímpica hasta que pisé los símbolos de los Juegos en la pista corriendo los 100 metros lisos”, añade. En Brasil se llevó un diploma en longitud, resultado que le gustaría repetir.

“Soy realista, mi nivel no es el de mi compañera Sara Martínez o el del resto de favoritas para subir al podio. Me encuentro bien físicamente, con una tendinitis, pero llego al 100%. Estoy motivada, trataré de darlo todo, de sumarle centímetros a esos cinco metros para batir mi marca y disfrutar de la competición. No pienso en una determinada posición para no comerme la cabeza, si doy el máximo que tengo y logro un puesto decente, estaré satisfecha, aunque no renuncio a nada”, detalla la sevillana.

TEST TOKIO 2020. Conociendo a Sara Fernández

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