Jesús Iglesias, el coloso que alumbró la piscina Picornell

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El nadador barcelonés fue el deportista español con más medallas en Barcelona’92. En su breve carrera de seis años ganó 10 preseas en dos Juegos Paralímpicos y fue campeón del mundo y de Europa.

Jesús Ortiz / dxtadaptado.com

Fue uno de los últimos en incorporarse a la delegación española que aterrizaba en Barcelona’92, apenas llevaba unos meses abriéndose paso en el agua entre brazadas y ni siquiera había debutado internacionalmente. No le intimidó la magnitud de la cita en la que se daría a conocer ni tampoco la mayor experiencia de sus rivales. Ese verano de 1992 la piscina Picornell alumbraba a Jesús Iglesias, un coloso de la natación que pasó como un tsunami por la montaña mágica de Montjuïc para convertirse en el deportista español más laureado de aquellos Juegos Paralímpicos con seis medallas. Su vida deportiva fue efímera, pero intensa y exitosa. En seis años le dio tiempo a ser campeón del mundo y de Europa y a colgarse otros cuatro metales en Atlanta’96.

Jesús Iglesias en los Juegos de Barcelona’92.

Con 21 años la vida le puso a prueba cuando disfrutaba de una de sus pasiones, la pesca submarina. Era Semana Santa de 1990 y se encontraba en las aguas de Pineda de Mar (Barcelona) cuando un yate lo arrolló. Las hélices le cercenaron el pie y parte del brazo derecho. “No hicieron caso a las señalizaciones que el padre de mi amigo les hizo desde la barquita que llevábamos y para no colisionar con la embarcación dio un bandazo y me pasó por encima, ya que en ese momento estaba en la superficie y no buceando”, cuenta. Pasó 10 días en la UCI y tres meses ingresado en el Hospital Can Ruti de Badalona.

“Estaba esperando para ir a hacer la mili, pero claro, vinieron a verme los del ejército y se dieron cuenta de que ya no les servía para ser soldado”, dice entre risas. “Fue un golpe duro, todo cambió en cuestión de segundos. El primer shock fue verme las heridas y las secuelas. Tumbado sobre la cama del hospital te surgen muchas dudas, qué podré hacer y qué no a partir de ahora. Pero poco a poco descubres que puedes llevar una vida igual que antes, algo más limitado, pero con esfuerzo te adaptas a la nueva situación. Siempre le saqué la parte positiva y supe sobreponerme, no quería quedarme ensimismado ni dar pena a la gente que me rodeaba, así que decidí tirar hacia adelante”, confiesa.

El deporte fue anestésico y la piscina captó su atención, gracias a la insistencia de Esther García, aquella estudiante de fisioterapia con la que coincidía cuando acudía a rehabilitación y que después se convertiría en su mujer y madre de sus dos hijos, Arnau y Nuria. “A mí me gustaba el baloncesto, mido 1.98 metros y me pegaba las tardes tirando a canasta en el polideportivo Alfa 5, que ya no existe. Me negué a hacer deporte en una silla de ruedas o usando una prótesis. Esther, que había competido en Cataluña en natación, me animó a que fuese al CN Sant Andreu y allí entrenaban personas con discapacidad del Club San Rafael. Me enganchó, me encantó el ambiente”, afirma.

Eclosión en Barcelona’92

Aunque al principio le costaba nadar recto y se ahogaba tras recorrer pocos metros, Bertrand de Five, uno de los pioneros de la natación española adaptada, detectó talento y madera de campeón en Iglesias, al que cinceló y sacó un gran rendimiento. En plena cocción como nadador ya descolló en pruebas regionales y en su primer Campeonato de España en Palma de Mallorca a comienzos de 1992 cosechó seis oros y dos platas, con varios récords nacionales. “Recuerdo que poco después fui a unas charlas con motivo de los Juegos que acogía Barcelona y un dirigente de la federación catalana me dijo que la natación era muy sacrificada y que había gente muy buena, que si quería tendría una plaza asegurada en voleibol sentado. Le respondí que no, yo quería nadar”, explica.

Jesús Iglesias con una medalla en Barcelona’92.

Esas ganas e ilusión por participar en los Juegos de su ciudad se acrecentaron tras recibir la llamada de la seleccionadora española, Asunción Cuesta. “Mis marcas eran muy buenas, me gané en el agua el ser convocado. Apenas tenía unos meses por delante y me puse a trabajar durísimo, con concentraciones en el centro de formación policial de Ávila y en el CAR de San Cugat. Llegué muy fuerte físicamente, pero ni de lejos imaginé el resultado que obtendría”, asevera. Solo habían transcurrido dos años de su accidente e Iglesias estaba gozando como un niño de los Juegos que cambiaron el deporte paralímpico.

“Lo que más me sorprendió fue como la ciudadanía se volcó con nosotros. En las competiciones a las que había ido, con suerte venían a vernos nuestros padres o amigos. Hubo días en los que cerraban las instalaciones porque no cabían más personas, era brutal. Y aluciné cuando me pedían autógrafos o cuando veía en las gradas a gente a la que no conocía con pancartas con mi nombre. Tampoco olvidaré las vivencias en la villa olímpica, donde mi mujer era voluntaria, ni el desfile de inauguración en el estadio, disfruté muchísimo”, rememora el catalán.

Toda la preparación espartana de los meses previos y el sobreesfuerzo cristalizaron en seis preseas en las ocho pruebas que nadó. “Me acuerdo que entrenábamos en la piscina interior y estando en el poyete me dije ‘Llega la hora de la verdad, ahora o nunca, tienes que ir a muerte’. Iba a ciegas, no conocía a mis rivales, pero lo di todo”, recalca. Empujado por las palmas y el rugir de la Picornell fueron cayendo en cascada los metales. La primera, un bronce en 100 libre S6: “Estaba como un flan, me temblaba hasta la barbilla. Era la primera vez que competía con nadadores extranjeros. Cuando logré la medalla fue una liberación de nervios”. Después logró una plata en 50 libre, dos bronces más en 200 libre y en 50 mariposa, así como un oro en relevos 4×50 estilos y una plata en 4×50 libre, formando cuarteto con Xavi Torres, Roger Vial y Juan José Fuertes.

“El oro fue increíble, hicimos récord del mundo (2:47.22). Lo tengo grabado en vídeo y sale mi padre y mi hermana gritando como locos entre el público. Iban ganando los franceses y nos sacaban diez metros cuando salí en el último relevo, remonté y ganamos por poco. Una prueba en la que no saqué medalla fue el 100 braza, quedé cuarto, curiosamente la que posteriormente me daría mis mejores resultados. Fui elegido mejor deportista español con discapacidad del año y el Ayuntamiento de Barcelona me concedió la medalla de oro al mérito deportivo. Aunque a mí no me gustaban los premios por parte de los organismos ni tampoco las recepciones con las autoridades. Lo mío era disfrutar nadando”, matiza.

Campeón del mundo y de Europa

El historial del barcelonés aumentó en las siguientes temporadas. En el Mundial de Malta 1994 se llevó dos platas y dos oros en relevos y en el 100 braza. “Había un sueco, Simon Ahlstad, que era el favorito y tiré de picardía para hacerle guerra psicológica durante las eliminatorias. Me funcionó porque me proclamé campeón del mundo, la única vez en mi trayectoria”, narra. Un año después, en el Europeo de Perpiñán (Francia) se colgó el oro en el 100 braza, además de dos platas y un bronce. “Como curiosidad, viajamos en autocar y al llegar, toda la ciudad estaba engalanada con banderolas con una foto mía de Barcelona’92 nadando mariposa. Se la pedí a la organización y la tengo enmarcada”, añade.

El nadador catalán con una plata en Atlanta’96.

Lanzado y con más veteranía se presentó en Atlanta’96 y otra vez dejó su huella en unos Juegos Paralímpicos. Hasta cuatro veces subió al podio: ganó una plata en 4×50 libre junto a Fuertes, Torres y Richard Oribe, dos bronces en 50 libre y en 4×50 estilos con Ricardo Ten, Torres y Fuertes, y conquistó la presea dorada en 100 braza. “Estaba el vigente campeón paralímpico y plusmarquista mundial, el alemán Matthias Schlubeck. No le quité el récord por 15 centésimas, pero sí me llevé el oro. La medalla que más me gustó fue la del 50 libre porque no estaba en las quinielas de los favoritos. Entré en la final con el sexto mejor tiempo y salí a tope, no respiré ni una sola vez en los 50 metros. Ese bronce me supo a oro”, asegura.

El último regalo de Iglesias a la natación española llegó en el Europeo de Badajoz en 1997, donde consiguió tres platas y un oro en su prueba fetiche. Un año más tarde tuvo que renunciar al Mundial de Nueva Zelanda porque había empezado a trabajar en una empresa y ya no le podía dedicar las horas que requería la alta competición. “No quería ir sin las máximas garantías de éxito. Fue una pena, podría haber dado mucha más guerra, pero lo dejé con 27 años porque no tenía ayudas. En mis inicios nos daban 1.500 pesetas de dieta, un chándal, un bañador y unas bambas. Nunca tuvimos una remuneración o beca por resultados, pero yo nadaba por pasión. De tener los recursos de hoy día, podría haber continuado hasta Atenas 2004”, lamenta.

Sí volvió a practicar la pesca submarina y compitió también en apnea, siendo subcampeón de España por equipos en 1999. “Hasta que un día me dio un presíncope y dejé la competición. Eso sí, sigo pescando y respirando bajo el agua”, apunta. Tampoco ha dejado la natación e incluso, en 2003 en San Sebastián hizo marca mínima para ir a un Europeo, aunque al final cedió su plaza a otro compañero. “Me apasiona nadar y cuando salgo del trabajo suelo hacer 2.000 metros. Con mi mujer también hago travesías de mar. La natación siempre estará presente en mi vida mientras pueda”, remata Jesús Iglesias, un ejemplo deportivo con talento innato por y para el agua.

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