Con la jabalina como extensión de su brazo, Héctor Cabrera ha sorteado obstáculos a lo largo de su carrera. Positivo por naturaleza, desde niño tuvo claro que su limitación visual -sufre Síndrome de Stargardt- no iba a interferir en su felicidad. Asumió la enfermedad sin darle mayor importancia, quería disfrutar de la vida y el atletismo ha sido su mejor aliado. Si aquella enfermedad no frenó su optimismo, tampoco lo haría una grave lesión para acudir a sus segundos Juegos Paralímpicos. El bicampeón de Europa, medallista en mundiales y récordman mundial en categoría F12 no se detiene y ambiciona más, va a la caza de una presea en Tokio.
Ese espíritu de superación lo ha ido cultivando desde pequeño. A los nueve años sus padres detectaron que algo iba mal en los ojos de Héctor y decidieron peregrinar por toda España visitando oftalmólogos en busca de una cura. “Me hicieron muchas pruebas, algunas dolorosas, mi madre indagó por Internet y vio que en Estados Unidos había un estudio y me propuso viajar. Pero me planté, estaba cansado de visitar médicos, le dije que no quería ir a ningún sitio más. Me miró y lloró, pero lo aceptó. Lo único que deseaba era ir a clase, estar con mis amigos y seguir mi vida, no quería ser un conejillo de Indias”, relata.
Tuvo que madurar pronto y asegura estar preparado para lo que venga en el futuro. “Ahora tengo un 5% de visión, lo que veo a dos metros cualquier persona puede verlo a 50 metros, es como si mirase a través del culo de una botella. Puede derivar en una ceguera legal y, por tanto, no vería más allá de mi mano. Pero estoy mentalizado para ello después de conocer y convivir con deportistas ciegos, no hay que tener miedo, he demostrado que puedo hacer cualquier cosa y ser feliz pese a las circunstancias”, zanja.
De niño jugaba al fútbol como portero, también practicó ciclismo, natación y ajedrez. Hasta que se afilió a la ONCE y de la mano de Julio Santodomingo descubrió el atletismo. La primera vez que compitió fue en Lituania en lanzamiento de pelota. La envió tan fuerte que el jurado no se percató donde había caído. “Me gustó la sensación y me sentí tan poderoso que decidí que quería hacer eso. Cuando volví, en España lo más parecido que había era la jabalina y, aunque era malísimo al principio, me enamoró, sabía que era lo mío”, asevera.
Su eclosión llegó pronto y con resiliencia, trabajo y talento se ha convertido en una referencia. En su palmarés cuenta con dos medallas mundiales, una plata en Dubai 2019 y un bronce en Londres 2017, así como dos oros (Swansea 2014 y Berlín 2019) y una plata continental (Grosseto 2016). Y fue diploma en los Juegos Paralímpicos de Río, que los rememora con cierto sabor agridulce. “Fueron 15 días en los que me sentí una estrella, la gente te paraba por las calles. Sin embargo, en la competición no disfruté y eso que en el calentamiento lancé dos veces por encima del récord del mundo. Pero cuando el estadio empezó a gritar, me tensé y me puse nervioso. Perdí esa medalla por no ser feliz en el tartán”, confiesa.
Una lesión puso en riesgo su presencia en Tokio
El mayor éxito del atleta de Oliva consistió en dominar su mente. Se valió de la psicóloga Manuela Rodríguez para manejar las emociones y las situaciones imprevistas. “Es importante esa preparación porque desde que pisas la cámara de llamadas ya notas la presión de los rivales, algunos intentan ponerte nervioso. Pero sufrí tanto en Río que cambié el chip, he aprendido a competir mejor y a disfrutar en cada campeonato, solo así salen los resultados”, recalca el valenciano, que también prepara su futuro en las aulas como profesor de educación física.
Ese trabajo psicológico le ayudó a levantarse después de encajar el golpe más duro de su carrera deportiva. Venía de firmar en 2019 una gran temporada, en la que batió el récord del mundo en F12 (deportistas con deficiencia visual) con 64.89 metros. Pero todo se torció el pasado verano tras sufrir una gravísima lesión, una rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha, solo unos minutos después de certificar su plaza para los Juegos de Tokio. Pasó por el quirófano y le costó recuperar sensaciones, ya que hasta hace un mes no se ha visto con marcas competitivas.
“Es una lesión bastante complicada que me ha frenado, me ha costado coger musculatura en la pierna y las molestias se fueron alargando, por lo que me impedían encontrar ese ‘feeling’ con la jabalina. Fueron momentos difíciles e incluso pensé en que no llegaría a los Juegos. A pesar de ello pude solucionar los detalles con la técnica, en el Europeo de Polonia estuve cerca de los 60 metros y eso me hizo soñar otra vez. Me estoy moviendo en esas marcas y parece que todo va viento en popa, aun no estoy al 100%, pero espero estar al 99% en Tokio”, explica.
El optimismo de Cabrera ha vuelto a dibujarse en su rostro. “He recuperado el nivel, me encuentro muy fuerte físicamente, la técnica sale automatizada y aparecen lanzamientos por encima de la barrera de los 60 metros”, subraya. El pupilo de Juanvi Escolano llega motivado a Tokio y entre los favoritos, aunque es consciente de la dificultad ya que tendrá que lidiar con rivales como el iraní Behzad Azizi y el británico Daniel Pembroke, que pertenecen a la categoría F13 y, por tanto, tienen mayor visión.
“Me encantaría quitarme la espinita de Río de Janeiro, pero la gente está muy fuerte y en el deporte paralímpico puede aparecer a última hora alguien que sea mejor que tú. Pueden pasar mil cosas, es una incógnita, así que firmar una medalla antes de competir es arriesgado. El objetivo es luchar por lo máximo, acercarme al mejor y estar en el cajón del podio, quiero ir a por el oro, pero después del último año que he pasado por la lesión, una plata o un bronce estaría genial”, remata.