Adrián Castaño todavía se pellizca. Han pasado un par de meses desde que consiguiera en Szeged (Hungría) el billete para Tokio, sus primeros Juegos Paralímpicos, y aún sigue en una nube. Le ha costado mucho sudor, esfuerzo y alguna que otra lágrima, pero su porfía ante la adversidad y entrega para sacarle todo el juego a los intensos entrenamientos tuvieron su recompensa. El suyo es el triunfo de la voluntad a golpe de paladas. Con el kayak surca las pistas trazando la estela de su resiliencia, esa capacidad para levantarse y sortear cualquier obstáculo.
Al poco de nacer les dijeron a sus padres que su hijo nunca caminaría, que la silla de ruedas sería su fiel compañera. El motivo, una artrogriposis múltiple congénita que padece, dolencia que afecta a las extremidades superiores e inferiores y que limita el movimiento articular. Aquellos médicos no conocían el espíritu de superación y la tenacidad de Adrián. “Tengo una movilidad reducida en brazos y en piernas que me impide hacer ciertas cosas, pero con 26 años continúo con una vida normal y caminando por mi propio pie”, afirma orgulloso.
Hasta los 17 años el hospital fue su segundo hogar, pasó por el quirófano en 20 ocasiones. Y su mejor rehabilitación fue el deporte, probando la natación o el tenis. “La piscina me ayudó a progresar muscularmente y a moverme con más soltura en mi día a día, el ejercicio físico se convirtió en algo indispensable para aliviar mi discapacidad. El deporte fue mi medicina, me cambió la vida ya que gracias a él mi salud no ha empeorado”, asegura.
El piragüismo se cruzó en el camino de Castaño por casualidad, durante un viaje de estudios a los Pirineos en el que pudo probar la disciplina con 13 años. “Pudimos montar a caballo, lanzarnos en tirolina, manejar un quad, pero lo que me enganchó fue la piragua, me hizo sentir libre. Al regresar a casa le comenté a mis padres que quería apuntarme a un curso, pero para ello tenía que aprobar todas las asignaturas en el colegio. Era un gran estímulo y así lo hice. Me pasé todas las vacaciones en la escuela de Calanova aprendiendo”, relata.
Al tercer verano su monitor le animó a que le dedicase más tiempo, así que llamó a la puerta del Real Club Náutico de Palma. “Me acogieron con los brazos abiertos, nunca me trataron diferente por mi discapacidad, me pusieron todos los medios a mi alcance para practicar este deporte”, dice. En Verducido (Pontevedra) tuvo un estreno accidentado “ya que me caí dos veces porque hacía mucho viento”, pero en la siguiente temporada se proclamó campeón de España en Trasona (Asturias).
En el puerto de Mallorca, con vistas a la Catedral y al Castillo de Bellver, Castaño empezó a forjarse bajo las órdenes de Ismael Uali, también coordinador técnico de la selección española de paracanoe. “Es un segundo padre para mí, me lo ha dado todo, me ha ayudado mucho a crecer físicamente y a mejorar mi rendimiento deportivo, mis logros son en parte gracias a él”, recalca. Desde 2012 ha sido campeón nacional de forma ininterrumpida en KL1 e incluso ha rascado medallas alguna vez en KL2, una categoría superior.
Internacionalmente, una de sus mejores temporadas fue la de su debut en 2013, cuando quedó quinto en el Mundial de Duisburgo (Alemania) y conquistó un bronce en el Europeo de Montemor-O-Velho (Portugal). “Es una medalla muy especial, la tengo expuesta en casa. Estoy con ganas de conseguir otra, pero el nivel ha crecido mucho y está complicado, aunque no imposible”, apunta el balear, que se quedó a las puertas de viajar a los Juegos de Río de Janeiro 2016: “No me clasifiqué para Brasil, pero un mes después en un Campeonato de España, ya sin presión, hice mi mejor marca en KL1 200 metros con 51.90 segundos, que me habría valido para pelear por las medallas en Río”.
No claudicó y se puso a trabajar con Uali con la misión de llegar a Tokio 2020. “La travesía ha sido dura, con la pandemia de la Covid-19 de por medio, pero a mí me vino bien ya que mejoré mis tiempos y física y deportivamente di un salto de calidad. En mi cabeza tenía claro que iba a darlo todo para lograr ese billete para los Juegos Paralímpicos”, cuenta. El 13 de mayo lo tenía bien marcado en rojo en el calendario, el canal húngaro de Szeged repartía cuatro plazas en la Copa del Mundo. Era su última oportunidad y Castaño, sobre la bocina, selló el pasaporte para la cita de Japón.
“Cuando acabé la prueba y me di cuenta de que estaba clasificado sentí una felicidad inmensa, se me escapó alguna lágrima de la emoción, también porque mi entrenador no pudo acompañarme ya que estaba pasando por un momento familiar difícil. Se ha volcado tanto conmigo que se lo dediqué a él y a su entorno, es una recompensa a todo el trabajo realizado, un sueño cumplido”, subraya. El mallorquín es consciente de que tendrá que medirse a rivales “que juegan en otra liga porque muscularmente están más desarrollados, la mayoría tienen una discapacidad provocada por un accidente y le afecta menos a la hora de remar, pero no me pongo trabas. Los que suelen estar en podios hacen entre 47 y 48 segundos y yo vengo haciendo entre 51 y 53”, comenta.
Castaño será uno de los cinco palistas de la selección española que competirá en el Canal Sea Forest de la bahía de Tokio, ya que también están clasificados Higinio Rivero, Juan Valle, Adrián Mosquera e Inés Felipe. “Javier Reja, que esta vez estará en los Juegos en remo, fue quien nos abrió el camino y es un orgullo seguir sus pasos en una cita paralímpica. Voy con una ilusión tremenda, sin presión y con la intención de disfrutar al máximo, para mí ya es un premio estar entre los mejores, no todos consiguen llegar al más alto nivel. Sería un éxito si me cuelo en la final y hago una buena marca. Quizás para París 2024 esté en tiempos para luchar por medalla. Soy joven, tengo recorrido y margen de mejora, no me pongo techo”, concluye el balear.