Juan Antonio Saavedra lleva toda una vida dedicada al tiro olímpico, 30 años ajustando su carabina y apretando el gatillo para clavar la bala en un diámetro de 10 milímetros en un blanco situado a 50 metros. “Es como darle al centro de una moneda de un céntimo”, puntualiza. Con el poso que da la experiencia, motivado y tras un curso cargado de buenos resultados llega a Tokio, donde disputará sus quintos Juegos Paralímpicos. Ya logró una plata en Londres 2012 y en su mirilla tiene fijada la medalla. “Estoy en el mejor momento de mi carrera, el oro lo veo al alcance”, asegura.
El tirador pontevedrés fue el primer español en sellar su pasaporte para la cita en la capital japonesa. Lo hizo hace tres años tras ganar el oro en la Copa del Mundo de Francia: “Un poco más y me caduca la plaza -ríe-. Lograrlo tan pronto no me relajó, al contrario, seguí preparándome a tope. Al tener tanto tiempo me ha permitido realizar simulacros para evaluar qué cosas debía corregir”. Su nivel ha crecido pese a que en el Mundial de 2019 no pudo meterse en las finales por un fallo mecánico. “Estaba en una etapa excelente, quedé segundo en la calificación, pero al día siguiente se me rompió un tornillo de la mira delantera y no me di cuenta. Prefiero que me pase en un Mundial y no en Tokio”, explica.
Saavedra, que tiene amputado parte de su brazo izquierdo tras padecer un cáncer con 15 años, ha dado un gran salto de calidad en los últimos tres años y mucho han influido los conocimientos y la ayuda del israelí Guy Starik, “una leyenda y uno de los mejores entrenadores que hay a día de hoy. Asimilé varios cambios, he ganado en confianza y en seguridad, he mejorado la rutina del tiro, he aprendido a controlar la competición y a estar preparado ante cualquier inclemencia meteorológica”.
Pese a que la pandemia del coronavirus le privó de competir en 2020, el tirador mantuvo su fiabilidad con la carabina, logrando incluso el récord de España en 50 metros libre tendido R6 (625,7 puntos), modalidad en la que este curso conquistó la presea dorada en la Copa del Mundo de Al Ain (Emiratos Árabes Unidos) y se quedó a las puertas del podio con un cuarto puesto en la Copa del Mundo de Lima (Perú).
Una vez más ha tenido que estirar los días al máximo para poder compaginar el deporte con su trabajo en una consultora energética. “Al no obtener buenos resultados en el Mundial me quedé sin ayudas, aunque no es la primera vez que afronto unos Juegos en estas circunstancias. Sí que me gustaría dedicarme ‘full time’ al tiro, pero es imposible, todo sale de mi bolsillo y tiene muchos costes, la munición, los viajes y las carabinas son caras”, comenta. Y tampoco cuenta con unas infraestructuras decentes para sacarle más provecho a su potencial. Entrena en condiciones “complicadas” en el campo de tiro de Cernadiñas Novas (Pontevedra).
“Es una galería descubierta, en verano hace mucho calor y en invierno nos congelamos de frío. Al menos ahora puedo entrenar con blancos electrónicos, ya que hasta hace poco lo hacía con dianas de papel. La diferencia es abismal ya que a través de una pantalla conozco al momento la puntuación y cualquier información precisa que necesite. Además, las galerías para competir son indoor, en las que cambia la luz y me cuesta adaptarme porque el ojo no lo tengo acostumbrado a tirar en esas condiciones”, lamenta.
Cada día realiza entrenamientos de tiro en seco en casa con un simulador y cuando la economía se lo permite recorre en coche 1.400 kilómetros entre ida y vuelta para disparar en las instalaciones de Logroño. “A eso le añades el alojamiento, la comida y se va una pasta, pero es lo que hay”, sostiene. Pese a los obstáculos, a sus 47 años continúa en la élite de un deporte al que se enganchó poco después de perder parte del brazo izquierdo por un cáncer. “Lo asumí rápido, no te queda otra elección que mirar hacia adelante”, añade.
“Luchas contra ti mismo y te ayuda a enfrentarte a tus miedos, es un deporte de superación constante en el que buscas la perfección, algo que no existe, pero que se convierte en casi una obsesión. Aprendes a competir bajo estrés y con mucha tensión y a mí me sirve para aplicarlo en mi día a día”, asevera. En Tokio, el gallego afronta otro desafío titánico en una disciplina en la que la concentración debe ser máxima. “Trato de controlar las rutinas técnicas, la luz o el viento, que influye mucho. El tiro es un análisis continuo, un deporte con mucho cálculo mental. Si sopla aire o llueve, la bala se desvía y ello obliga a compensar, tienes que ser fuerte psicológicamente para engañar al cerebro, ya que en lugar de tirar al diez lo hago al nueve o al ocho para que vaya a ese diez. Son trucos que se adquieren con el tiempo y la experiencia”.
Ya subió al podio con una plata en Londres 2012, fue cuarto en Atenas 2004 y también estuvo en Sídney 2000, donde coincidió con su hermano Pablo, que era nadador. Ahora, en sus quintos Juegos el objetivo es cazar la medalla y quitarse la espinita clavada de Río de Janeiro 2016, donde no accedió a las finales. Participará en carabina de aire tendido 10 metros R3 y en carabina libre tendido 50 metros R6: “Voy con ilusión al 100% para meterme en la final y conseguir el oro. He subido el nivel como tirador, me siento muy fuerte y en el mejor momento de mi carrera, así que me veo con muchas opciones de pelear por las medallas”.