Juan Damián Matos, un ‘ippon’ a la oscuridad

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El vallisoletano fue el primer judoka ciego español en ganar un oro en los Juegos Paralímpicos. También fue tres veces campeón de Europa y medallista mundial.

 

 

La tarde del 31 de julio de 1992, la judoka Miriam Blasco hacía historia tras conquistar el primer oro femenino para España en unos Juegos Olímpicos. Aquel combate lo siguió pegado al televisor Juan Damián Matos, su compañero de entrenamientos. Él también soñaba con subir a lo más alto del podio. 43 días después lo hizo realidad y escribió su nombre en el Palau Blaugrana de Barcelona después de colgarse la presea dorada en los Juegos Paralímpicos, la primera del judo español para ciegos. El vallisoletano, diez veces campeón de España, tres de Europa y medallista en varios mundiales, a base de pundonor, perseverancia y fortaleza mental convirtió la ceguera en una oscuridad brillante sobre el tatami.

Natural de Brahojos de Medina (Valladolid), nació con glaucoma y cataratas. “Es algo congénito y aleatorio, somos cinco hermanos, tres ciegos y otros dos no. Mis padres me llevaron a la prestigiosa Clínica Barraquer de Barcelona, en la que me operaron y recuperé algo la vista”, cuenta. Pero a los siete años tuvo un desprendimiento de retina y la luz de sus ojos terminaron por apagarse. “Recorrimos distintos colegios de la ONCE por Pontevedra, Sevilla o Madrid para estudiar. De pequeño era tan cabrito como el resto de niños, jugaba con ellos como si fuese uno más, me sentía muy integrado. De hecho, mi pueblo es el único sitio en el que no llevo bastón para andar, me lo conozco como a la palma de mi mano”, asevera.

Declinó practicar atletismo para crecer con un balón cosido al pie. Durante 20 años fue jugador de fútbol sala en los equipos de Alicante, Barcelona y Madrid, logrando varios títulos nacionales. “Odiaba correr, pero no hacerlo detrás de una pelota. Lo hacía pegado a la valla que delimita el terreno de juego, era muy fuerte físicamente y me encantaba subir y bajar por la banda”, rememora. También hizo sus pinitos como ciclista en tándem: “Formé parte de una competición de la ONCE que jamás se ha vuelto a repetir, el recorrido Barcelona-Madrid en siete días”. Sin embargo, el judo fue el deporte que le enganchó.

Con 18 años y mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Valladolid, un amigo le animó a probar. Atrevido y sin complejos se presentó en el dojo de la Escuela de Enfermería. Allí, con Lucio Calvo como profesor aprendió la técnica y a interpretar los movimientos a través del tacto. “Medía 1,65 metros y pesaba 60 kilos y me dieron un kimono para alguien de 1,80 metros y 110 kilos. Me bailaba y constantemente me pisaba el pantalón”, dice entre risas. En sus inicios, su objetivo no era competir, sino ser cinturón negro. Pero en 1984 decidió acudir al campeonato de Castilla y León, donde ganó una plata. “Era el único que no veía y me di cuenta de que no se me daba tan mal. En esa época había judokas ciegos, así que entrenaba con videntes, eso me ayudó a tener un mayor nivel. Lo mejor de este deporte es que es muy inclusivo”, sostiene.

Campeón de Europa en su debut

Por motivos de trabajo se trasladó a Barcelona, donde fue moldeado por la mano del francés de origen polaco Henri Birnbaum, uno de los que introdujo el judo en España en la década de los 50. Su calidad como competidor empezó pronto a dar fruto. Matos se estrenó a lo grande en una prueba internacional, un oro en -65 kilos en el Europeo de Manchester de 1989. “Aún no se había celebrado ni un campeonato de España y José Luis de Frutos -diploma olímpico en Montreal’76- formó una selección y nos llevó. En mi primer combate le marqué un ippon a un francés. Era muy avispado y atrevido, eso me hizo ganar el torneo”, explica. Lo suyo no fue flor de un día ya que al año siguiente se colgó un bronce en el primer Mundial, disputado en Assen (Holanda).

Y en 1991 sumó un doblete dorado en Cerdeña (Italia) tras ganar la Copa del Mundo y reinar otra vez en el Europeo. “Esos años fueron increíbles. Llevaba el judo en la sangre, le echaba muchas horas y me gustaba buscar la perfección. En la competición me crecía y destacaba por la velocidad en la entrada, los ataques eran muy rápidos y explosivos, y por la resistencia, aguantaba los combates hasta el final, era duro de roer”, recalca. En esa etapa ya entrenaba bajo el paraguas de Sergio Cardell en el Judo Club de Alicante, que reunía a lo mejor de este deporte. “Con él llegó aire fresco, trajo un nuevo sistema de trabajo. Era muy jovial, metódico y disciplinado. Me enseñó a hacer saltos mortales o volteretas laterales. Nos parecíamos más a Nadia Comaneci que a un judoka”, bromea.

Con él había pulido la técnica para llegar a los Juegos de Barcelona’92 “como un toro”. Matos evoca la cita magna con una mezcolanza de sentimientos. Firmó una hazaña tras ganar el oro, pero en el borde del tatami no pudo apoyarle Cardell, que en julio de ese año falleció en un accidente de moto. “Fue duro para todos, lo pasamos muy mal”, afirma. Ver a su compañera Miriam Blasco alzar la presea dorada un mes antes fue una inyección de moral y ganas para encarar la competición. “Disfruté mucho con su victoria. Soñaba con lograr el oro y partía como favorito, algo que no me gustaba nada porque suponía una presión extra. Competir en España me daba más responsabilidad, siempre me sentí más a gusto compitiendo en territorio hostil”, asegura.

El vallisoletano tiene grabado a fuego el desfile de inauguración en el estadio de Montjuic, los pabellones a rebosar de gente y el ambiente en la villa. “Lo que más me impresionó fue lo bien organizados que estaban, la piña que formaban los voluntarios, que nos ayudaban en todo. Me emocionó el silencio sepulcral antes de que Antonio Rebollo disparase la flecha para encender el pebetero, es un recuerdo único, jamás lo olvidaré”, apunta. A él le tocó entrar en acción el penúltimo día: “Estaba en una burbuja, apenas disfruté de los Juegos porque solo tenía tiempo para entrenar. El nivel era exigente, estaban los mejores del mundo y quería ofrecer un gran rendimiento”.

El oro de Barcelona’92

Matos salió al tatami con un Palau Blaugrana lleno y solo necesitó 25 segundos para tumbar al estadounidense Winford Haynes por ippon. Luego se deshizo del británico Michael Murch y del ruso Akhmed Gazimagomedov. En la final le esperaba el japonés Shinichi Ishizue, quien había ganado todos sus duelos en seis segundos cada uno. “Me marcó un yuko, pero le remonté en el último minuto. Tras la muerte de Cardell, asumió el papel de entrenador José Alberto Valverde y me dijo que hiciera el combate a una mano, una táctica que nunca había realizado, pero funcionó. Despisté a mi rival, le ataqué sin dejarle respirar y lo sancionaron. La gente me llevó en volandas hacia el oro, el público se levantó y se puso a corear mi nombre. Aún se me ponen los pelos de punta al recordarlo”, relata.

Imbatido, el judoka español se mantuvo en el trono europeo tras imponerse en 1993 en Valence (Francia). “Fue el campeonato en el que más combates disputé, seis en un día. Me tocó el grupo más difícil y largo, y encima remataba en la final con un ruso, quien después en la fiesta de despedida me preguntó si yo practicaba otras artes marciales. Era porque sabía esquivar a mis adversarios con volteretas laterales”, desliza. Dos años más tarde subió al podio con un bronce en el Europeo de Valladolid y en el Mundial de Colorado. “En Estados Unidos no me habitué a las condiciones, las instalaciones estaban a 2.000 metros de altura y en el segundo combate noté un cansancio infinito, no podía con mi cuerpo. Tengo una espinita con los mundiales ya que nunca conseguí el oro”, lamenta.

Tampoco pudo despedirse de sus últimos Juegos Paralímpicos con buen sabor de boca. En Atlanta’96 rozó el metal tras quedar en quinta posición. En los días previos sufrió una protusión discal, estuvo con antiinflamatorios y sin entrenar. “No quise infiltrarme, estaba fastidiado, fue una pesadilla. Habría llegado a la final sin aquella lesión. Luchaba contra lo imposible y encima en semifinales una decisión discutida de los jueces me perjudicó. Llegué desmoralizado para la pelea por el bronce y me quedé a un paso de las medallas”, añade. Pudo asistir también a Sídney 2000, seguía atesorando nivel, pero no disponía de tiempo. “Gané un bronce en París en el Preolímpico, estaba clasificado para los Juegos, pero no quise ir, el deporte y el trabajo ya no eran compatibles”, dice.

Tras unos años retirado rescató el kimono para ganar en A Coruña el campeonato de España de 2003. “Iba desentrenado, con gripe y fiebre. Gané todos los combates por ippon. Me dijeron que intentase clasificarme para Atenas 2004, pero sentía que ya lo había dado todo en el judo”, comenta Matos, que estuvo desde 2013 a 2017 como director técnico de la Federación Española de Deportes para Ciegos. “Fue un bonito reto, me encantó la experiencia. Pero me jubilé, no quería perpetuarme en un cargo de directivo por mucho tiempo porque acaba siendo monótono. Ahora estoy estudiando Criminología y me va muy bien. En cuanto a mi gran pasión, el judo, me quedo con que fui uno de los pioneros y aporté mi granito de arena para las siguientes generaciones”, remata.

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