De rebote y de forma imprevista lo reclutaron para ir a los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016 tras la sanción por antidopaje a Rusia. El sueño de Íñigo Llopis se trocó en realidad en Brasil, aunque poco después empezó a vivir un calvario que le tuvo casi dos años en el dique seco por una grave lesión. “Casi me amputan la pierna derecha y no sabía si volvería a nadar”, confiesa. El donostiarra no claudicó, con su bárbara capacidad de resiliencia, fortaleza mental y perseverancia regresó a la piscina como un titán. Tras ganar siete medallas europeas y un bronce mundial en las últimas temporadas, llega a Tokio con la mochila cargada de optimismo y ambición para afrontar sus segundos Juegos.
Desde niño su pasión era el fútbol, jugaba en el equipo de su colegio en San Sebastián como portero, siguiendo los pasos de su padre, Luis, entrenador de guardametas de Real Sociedad y Real Madrid. Hasta que un día se rompió la pierna en la que tiene una malformación tras caerle un jugador encima. “Nací con el fémur más corto, mi brazo derecho también es más pequeño y solo tengo dos dedos”, aclara. Tuvo que dejar la pelota y a los 10 años probó la natación por recomendación médica como rehabilitación.
“Al principio no me hacía gracia nadar, pero hice caso a mis padres, solo iba con la idea de mejorar mi movilidad y recuperarme. Un día competí en un campeonato de España de escuelas y me gustó. Comencé a tomármelo más en serio, me enganchó y no he vuelto a salir del agua”, relata el deportista de 22 años, cuyo talento ya se intuía cuando se forjaba en el club Konporta al lado de Richard Oribe, el nadador con parálisis cerebral más laureado de la historia y un espejo en el que se mira Llopis.
“Ha sido alguien muy importante en mi crecimiento, desde pequeño ha sido mi referente, un ejemplo para los más jóvenes, siempre dispuesto a enseñarnos cosas para mejorar. Ojalá pueda lograr la mitad de lo que él consiguió”, recalca este trabajador nato que posee una disciplina espartana cuando se lanza a la piscina. Con estas virtudes se ha convertido en uno de los mejores en la categoría S8, aunque ha tenido que sortear muchos obstáculos en su carrera para saborear el éxito.
“Como pasé tantas veces por quirófano por culpa de la pierna afectada, no se me quedó bien y la rótula se desplazó hacia fuera, tenía el cartílago muy dañado. Probamos con varios tipos de tratamientos, como infiltraciones y una artroscopia, pero estuve más de una temporada sin entrenar, el dolor era insoportable y estaba muy desanimado. Al final optamos por la opción más agresiva, con una operación le dimos la vuelta a la situación y otra vez al agua”, explica.
La evolución física y técnica llegó en las instalaciones del Centro de Alto Rendimiento de Madrid a las órdenes de Darío Carreras, Paco Ocete y Carlos Salvador. Regresó a la competición y se reivindicó con sus primeras medallas internacionales, cinco metales (un oro, dos platas y dos bronces) en el Europeo de Dublín en 2018, un bronce mundial en Londres en 2019 y en mayo de este año oro en 100 espalda y bronce en 400 libre en el campeonato continental en Funchal. “Es un luchador, un nadador muy fuerte de cabeza, un animal que se entrega al 100% en cada entrenamiento. Es un chico de presente y con mucho futuro”, analiza Carreras, que le estuvo puliendo en la capital madrileña antes de su regreso a San Sebastián durante la pandemia de coronavirus.
En casa, con Isaac Pousada, su entrenador de siempre, ha dado un salto cualitativo que se ha visto reflejado en el agua. “Estoy muy contento porque se están dando buenos resultados, no solo por las medallas, también por las marcas. Me veo muy bien, sobre todo, en 100 espalda después de hacer 1:06.09. Eso me da un empujoncito para Tokio, donde a ver si consigo hacer 1:05, que sería muy buena señal”, comenta el donostiarra, que se considera algo supersticioso y le acompaña siempre un colgante en forma de tabla de surf que le regaló Keylor Navas, ex portero del Real Madrid: “Es un collar de Costa Rica, me da suerte”.
En unos días vivirá en Tokio sus segundos Juegos Paralímpicos, a los que llega más rodado y con madurez. Los de Río de Janeiro le llegaron por sorpresa cuando ya había desconectado de la natación y se encontraba de vacaciones. “Aquello fue un premio inesperado. Ahora lo afronto con más ilusión, tengo más experiencia en campeonatos internacionales y me lo tomo de otra forma, no iré tan relajado como en Brasil. El 100 espalda y el 400 libre son mis pruebas fuertes, donde más cómodo me siento y puedo rendir a un nivel mayor. Voy a darlo todo y a conseguir medalla”, finaliza.