Pocas zonas de su cuerpo se han librado de las punzadas de la aguja. Cada tatuaje que luce Higinio Rivero representa algún momento importante de su vida. Un funeral vikingo en honor a su padre fallecido, el nacimiento de un río y una cascada, un cementerio con la fecha de su accidente o una columna vertebral en la espalda en alusión a su familia, dibujo que curiosamente se hizo poco antes del día que viró su rumbo. En 2013 una caída desde 15 metros de altura mientras escalaba le provocó una lesión medular. El piragüismo le permitió reflotar y ahora cumplirá el sueño de disputar sus primeros Juegos Paralímpicos.
“Caí a plomo por un par de fallos técnicos de seguridad. Me rompí la cadera por varios sitios, la tibia, el esternón, me estalló una vértebra y algunos trozos se quedaron en la médula. Estuve tres meses hospitalizado sin moverme de la cama y luego cuando me dieron el alta iba cada día durante ocho meses a rehabilitación”, relata el bilbaíno, que para caminar se ayuda de unas muletas. “Sé que el día de mañana tendré que desplazarme en silla de ruedas, cuando estoy mucho tiempo de pie me duele todo el cuerpo”, añade.
Ocurrió en Ramales de la Victoria, una de las zonas de escalada más emblemáticas de la cordillera Cantábrica, un lugar al que ha vuelto en varias ocasiones con sus amigos. “Aunque ahora, más que escalar montañas, me arrastro por la pared”, bromea. Allí se truncó su sueño de ser piloto de línea aérea, llegó incluso a trabajar como instructor de vuelo, pero se le abrieron las puertas del piragüismo. “Recuperé la ilusión y la motivación y me enganchó porque me gusta estar en contacto con la naturaleza, por la tranquilidad que me da estar en el agua”, explica el vasco, 88 kilos de puro músculo.
Empezó en la modalidad de maratón y ganó los mundiales de 2016 y 2017, pero decidió cambiar a la disciplina de sprint porque le seducía la idea de estar en unos Juegos Paralímpicos. Y en apenas tres años se ha convertido en uno de los mejores palistas del mundo, consiguiendo en el Mundial de Hungría de 2019 el pasaporte para Tokio en categoría canoa VL2 200 metros. “Lo logré pese a estar con placas en las amígdalas y tomando antibiótico. A día de hoy aún no me lo creo. Tras el accidente la vida me regaló otra oportunidad a través del deporte y quería aprovecharla”, confiesa.
Tras un 2020 nefasto por la pandemia de coronavirus, que le obligó a entrenar en casa durante meses, esta temporada el horizonte que han visto sus ojos se ha limitado a las aguas de la ría de Plentzia (Bilbao), del embalse de Trasona (Asturias) y del río Guadalquivir en Sevilla, su base logística. “Hemos buscado sitios que tengan temperaturas y humedad parecidas a las que nos encontraremos en Japón. He mejorado mucho la técnica en este tiempo con Iker-Ekaitz Líbano, también he trabajado con un psicólogo para evitar cosas que me afecten y que no me dejen rendir. Es un año único y he tenido que afinar mucho”, comenta.
Primeras medallas en sprint
Esos cambios se han visto reflejados en el agua con resultados muy positivos. En la Copa del Mundo de Szeged (Hungría) en mayo se llevó el bronce y en el Europeo de Poznan (Polonia) en junio alcanzó la plata, sus primeros metales a nivel internacional en sprint. “Se va cumpliendo la previsión que teníamos, sabía que esta temporada estaría en un pico alto de forma, en mi mejor nivel. Estas medallas me han dado un plus de confianza, me veo muy fuerte y capaz de luchar con los mejores. En el canal húngaro estaban los más potentes, entre ellos el campeón del mundo, que se quedó fuera de la final. Y pude colarme en el podio como tercero”, explica.
Superó con creces las dos pruebas de fuego tras una ardua preparación con tres sesiones diarias de entrenamiento, dos en el agua y una en el gimnasio, 20 kilómetros cada día y unas 90 paladas por minuto. “Ha sido duro, no todos los días me apetecía entrenar, pero no podía quedarme en casa y siempre pensaba en mi gente, vengo de una familia humilde que trabaja en el campo y que no puede permitirse el lujo de no acudir un día a recoger su cosecha porque se echa a perder. Es mi mayor ejemplo”, apunta.
Otro referente para él es el medallista olímpico Saúl Craviotto, abanderado español en Tokio. “He coincidido con él de vez en cuando en Trasona y me ha dado consejos. Que alguien como él, que ha cosechado tantos éxitos se interese por mí es una motivación extra”, subraya Rivero, cuyas últimas marcas de tinta que adornan su piel son un árbol de la vida con un templo japonés como guiño a Tokio, así como el símbolo del yin-yang entre dos alas, una del ave Fénix y otra de un dragón. “Representa el equilibrio y la célebre cita de Frida Kahlo: ‘Pies para qué os quiero si tengo alas para volar’. Esa es mi máxima, así me siento yo en la piragua”, afirma.
Con esa fe y determinación confía en navegar hasta el podio en los Juegos Paralímpicos. “De vacaciones no voy, quiero plantar batalla y luchar por las medallas. Estoy entre los primeros en el ranking mundial y habrá que estar concentrado desde que se levanta el cepo porque cualquier error te condena. El brasileño Fernando Rufino de Paulo es el favorito y está un escalón por encima del resto, es difícil ganarle. Luego hay un grupo de palistas muy parejos que pelearemos del segundo al quinto puesto. Sé que puedo dar la sorpresa y colgarme una medalla”, sostiene.
Hace dos años probó las instalaciones del Canal Sea Forest Waterway que acogerán la prueba de piragüismo en la capital nipona. “Es de agua salada, hace calor y humedad, pero lo que más preocupa es el viento que hace en la pista. Cogimos datos y en los entrenamientos intentamos simular todas las variables de viento para anticiparnos. Jugará un papel importante, pero estoy preparado para dar guerra”, apostilla el bilbaíno, pura potencia y vigorosidad en la canoa, un tipo que irradia positividad y que saborea al máximo cada segundo de su vida.