En toda situación negativa anida una oportunidad, la clave está en encontrarla. Desirée Vila la halló en el atletismo, el bálsamo que cicatrizó sus heridas tras el duro golpe que recibió con 16 años. Su prometedora carrera como gimnasta acrobática se vio truncada al sufrir una caída en un entrenamiento que derivó en una concatenación de negligencias médicas y en la amputación de su pierna derecha. Lejos de flaquear, tras un periodo de duelo se reinventó en el tartán, lugar en el que se ha erigido en una atleta con latidos de vida, superación y perseverancia, una deportista cuyos vuelos sobre el foso de arena inspiran. Tres años esprintando y dando saltos han sido suficientes para recoger sus frutos: en Tokio disputará sus primeros Juegos Paralímpicos.
Para ella, “lo único incurable son las ganas de vivir”. Ese es su mantra, una frase que le espetó una enfermera para inyectarle ánimos cuando recibió la peor noticia en el hospital y que lleva grabada con tinta en su costado. “Cuando mis padres llegaron con el traumatólogo a la sala de la UCI sentí un miedo terrible, me preguntaba por qué me tocó a mí la mala suerte. Y ese mensaje fue un alivio, una pequeña luz a la que me aferré para levantarme y continuar hacia adelante, tenía que aprovechar esa opción”, asegura.
Había competido en un Mundial con la selección española de gimnasia y estaba preparándose para un Europeo cuando en febrero de 2015 cayó tras un salto y se rompió la tibia y el peroné. “Estuve seis horas esperando a que me atendieran, tenía una obstrucción en la artería, no circulaba la sangre, así que había peligro de perder la pierna. No hicieron nada por remediarlo y tuvieron que amputar por debajo de la rodilla. Fue un palo enorme, no pensé que acabara en algo tan grave. El mundo se me vino encima, no es un trago fácil de asimilar, tuvieron que sedarme y estuve con tratamiento antidepresivo. Tenía que dejar el deporte que me apasionaba y que practicaba desde niña”, relata.
Necesitó ayuda psicológica y aunque tuvo recaídas, lo afrontó con entereza, con una madurez impropia para su edad y con el positivismo que irradia. “El proceso fue largo y complicado, al principio lo veía todo negro, a veces sin ganas. Hasta que entendí que no todo se acababa ahí, que la vida es corta y que hay que aprovecharla al máximo”, asevera. Lo que más le costó fue aceptar y mostrar su prótesis en público, iba siempre con pantalones largos y tratando de pasar desapercibida. “Un año después cambié el chip y decidí sacarle beneficio a mi situación. Aprendí a quererme, soy muy coqueta y presumida y empecé a combinar mi ropa con prótesis llamativas, de colores e incluso de brilli-brilli”, confiesa.
Sus padres, para pasar página y dejar atrás el sufrimiento posterior al accidente, decidieron enterrar la pierna de su hija en el cementerio. “Está en el nicho familiar, debajo de mi abuelo. He ido varias veces a visitarla y puedo decir que ya tengo un pie en la tumba”, bromea con ese toque de humor negro. “Usar prótesis tiene sus ventajas. Por ejemplo, a veces me quedo sin batería y es la excusa perfecta para no asistir a algún compromiso. Solo me huele un pie o a la hora de tener que depilarme o pintarme las uñas ahorro dinero”, dice entre risas. Incluso cada 19 de marzo celebra el cumpleaños de su muñón, al que bautizó con el nombre de ‘Muñín’.
Una de las personas que supuso un impulso cuando peor lo estaba pasando fue Irene Villa -víctima de ETA que perdió las dos piernas-. Conocerla fue un punto de partida para la deportista de Gondomar (Pontevedra), que comenzó a forjar una mentalidad de hierro y a cultivar esa actitud positiva. “Estando en el hospital se puso en contacto conmigo, me contó su historia y cada consejo lo absorbí para creer en mí. Verme reflejada en alguien que también pasó por una situación traumática me ayudó, fue una motivación”, revela. Se refugió de nuevo en el deporte para salir de la oscuridad y el atletismo le abrió una puerta. Desde entonces, su sonrisa electrizante nunca brilló tanto como lo hace ahora.
“Tuve que empezar desde cero, los inicios fueron durísimos, no podía correr ni 20 metros, me resbalaba o caía. Pero lo vi como un reto, me iba poniendo pequeñas metas. Lo bueno es que tengo una capacidad de aprendizaje rápida y avancé mucho en poco tiempo”, comenta. Tanto que apenas llevaba unos meses y la convocaron para el Europeo de Berlín 2018. “Era una novata, me seleccionaron porque confiaban en mí de cara al futuro, pero fue un desastre, me salió muy mal. Iba nerviosa y perdida, más como una espectadora que como atleta. Aquello me sirvió de aprendizaje”, subraya. Al año siguiente quedó la novena en el Mundial de Dubai.
“Ya iba más preparada, lo había dejado todo para embarcarme en la aventura del atletismo, dejé mi hogar y me marché al Centro de Alto Rendimiento de Madrid para tomármelo en serio”, prosigue. Con los técnicos Miguel González y Eleuterio Antón no ha parado de crecer gracias a un trabajo ímprobo que le ha granjeado buenos resultados, logrando los récords de España en los 100 metros y en salto de longitud categoría T63. “Antes me ponía nerviosa en las competiciones, ahora no tengo miedo, voy hacia la tabla de batida como una leona, a comérmela para llegar lo más lejos posible. El cambio de ballesta, a la que he nombrado Kyoto, me ha beneficiado en estos últimos meses, he encontrado la dureza exacta que necesito para coger un salto óptimo y poder volar”, apunta.
La viguesa lo confirmó en el Meeting de Basauri en mayo, donde alcanzó con 4.17 metros la mínima A para los Juegos Paralímpicos, una marca que mejoró en junio en el Europeo de Bydgoszcz (Polonia) con 4.23 metros, que supuso récord de España y medalla de bronce. “Tengo margen de mejora, aún no he hecho mi mejor salto. Estoy contenta con el rendimiento, pero es que en los entrenamientos llego a 4.30 e incluso me acerco a 4.40 metros”, añade. Unos registros, que de repetirlos en Japón le podrían meter en la pugna por el podio. Aunque ella prefiere ser cauta, se ve con más opciones de estar en lo más alto en París 2024.
“Desde que conseguí la clasificación me visualizo cada día compitiendo en el estadio de Tokio y se me pone la piel de gallina. Solo he dado un paso, me queda mucho por crecer. El sueño es una medalla, pero no pienso en ella porque no sería realista. Pese a que soy ambiciosa, a día de hoy, tal y cómo está el ranking es difícil. Regresaría a casa satisfecha si lo hago bien, disfruto, veo que el trabajo se ha visto reflejado, hago marca personal y mi equipo está orgulloso. Si no me lesiono y continúo en esta línea, sé que mis Juegos son los de París. Además, tendrán un significado especial porque allí disputé mi único Mundial como gimnasta en 2014 y sería romántico regresar 10 años después y dar mi mejor versión para llevarme una medalla”, apostilla Desirée Vila, una deportista resiliente que exprime al máximo la vida saltando, cayendo y levantándose. Una y otra vez.