Belén Pérez, una osada pionera sobre ruedas

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La granadina fue una de las mejores ciclistas en tándem. Logró un oro en Barcelona’92 y una plata y un bronce en Atlanta’96, además de ganar medallas en mundiales y en europeos.

 

 

Su primer tándem fue un Otero, amarillo y robusto. Se lo cedió la ONCE y lo pilotaba Ignacio Rodríguez, quien supo guiarla por el sendero del éxito. Belén Pérez tenía entonces 17 años y hacía un tiempo que, por la pérdida de visión, dejó de montar aquella bicicleta BH con la que había dado bandazos por las calles de Granada. Pero empezó otra vez a pedalear y con ganas de superación y constancia sobrepasó cualquier obstáculo hasta alcanzar la cúspide del ciclismo. La suya fue una carrera efímera, de apenas cinco años en los que le dio tiempo a coleccionar títulos, maillots y trofeos que la confirman como la mejor ciclista española con deficiencia visual. Así lo corroboran el oro que logró en Barcelona’92 y la plata y el bronce en Atlanta’96, sus principales lauros.

Belén e Ignacio en el Tour de Bélgica

Alegre, osada y entusiasta, de pequeña probó la gimnasia rítmica, el flamenco y la natación, pero “era tan perezosa” que en invierno no quería mojarse y lo dejó. Nada frenaba su vigor, ni siquiera la retinosis pigmentaria congénita que comenzó a florecer en la adolescencia. “Con 14 años tenía problemas en la mácula, en clase no veía bien la pizarra, me costaba leer. No era consciente de lo que me pasaba hasta que te das cuenta de que tus compañeros hacen cosas que tú no puedes. Ahí me sentí mal, no sabía si iría a más y me quedaría ciega total. Al entrar en la ONCE cambió mi actitud, pensé que no estaba tan mal porque era autónoma y me manejaba por sí sola, mientras que había personas mucho más limitadas”, asegura.

El ciclismo fue su mejor compañero para romper aquella barrera. “Estuve unos años sin coger la bici por miedo a no tropezar con un bordillo o con un socavón. Por mi visión, hasta mi sombra daba lugar a equívocos, creía estar viendo algo que no era verdad”, relata. Recién había iniciado sus estudios de Magisterio cuando el coordinador de deportes de la ONCE en Granada, Pedro Murillo, le animó a subirse a un tándem. Con sus manos firmes agarrando el manillar, la bicicleta se convirtió a partir de entonces en sinónimo de libertad. “Me enganchó”, recalca. Mucha culpa la tuvo su paisano Ignacio Rodríguez, su compañero de entrenamientos y competiciones, su ‘maestro’, su chófer, su amigo. Con él formó una pareja perfecta.

“Era una persona responsable y muy protectora, congeniamos desde el principio, me aportaba seguridad. Nos entendíamos muy bien, teníamos nuestros gestos, contraseñas y nuestra propia comunicación en carrera”, subraya. Tras un año de rodaje, el dúo andaluz encaró el curso de 1992 con el objetivo de clasificarse para los Juegos Paralímpicos de Barcelona, desafió que consiguió con solvencia tras imponerse en las pruebas selectivas con cuatro medallas de oro en los campeonatos de España de carretera -fondo y contrarreloj- en Granada y de pista -persecución y kilómetro- en Valencia. También se enfundaron el maillot amarillo tras el triunfo en el Tour de Bélgica para tándems en categoría mixta.

De ‘dominguera’ al oro paralímpico

“Pasé de salir a rodar los domingos con un grupo de amigos a prepararme para ir a unos Juegos en pocos meses. Gané fondo y resistencia, llegando a unos límites de trabajo que jamás habría imaginado. Hacíamos series por montaña, subíamos a Cumbres Verdes, en el parque natural de Sierra Nevada, fue una paliza, pero disfrutamos”, rememora. El 12 de septiembre, Belén Pérez e Ignacio Rodríguez hicieron historia sobre el asfalto de la Ciudad Condal al convertirse en los primeros ciclistas españoles en conquistar un oro en los Juegos Paralímpicos.

“Fue la mejor experiencia de mi trayectoria deportiva. Jamás pensé que la gente nos iba a hacer sentir al mismo nivel que a los olímpicos, porque hasta esa cita, la sociedad no le daba importancia a las personas con discapacidad. Pero cuando nos tocó desfilar por un estadio de Montjuic en el que no cabía ni un alfiler, me di cuenta de la magnitud del evento. Aún se me ponen los vellos de punta. Se volcaron con nosotros, sentíamos cada día el calor del público”, apunta. Pedaleando al unísono y con una exhibición de poderío y piernas, la pareja granadina cruzó la meta con 41 segundos de ventaja sobre los americanos Gregory Evangelatos y Elizabeth Heller.

“El circuito era llano y con pocos repechos, nos medimos a rivales muy buenos y uno de los tándems, a falta de dos vueltas nos intentó cerrar y casi nos estampamos contra las vallas. Aquello nos enrabietó más y decidimos tirar fuerte y darlo todo para marcharnos. La gente nos motivaba coreando nuestros nombres. Una vez en el podio estaba en una nube, fue muy emocionante porque vinieron a verme mis padres, mi hermano y otros familiares. Y para soltar piernas nos fuimos hacia la villa en el tándem, nos perdimos por Barcelona, pero daba igual, el trabajo ya estaba hecho. Íbamos flotando con la medalla al cuello”, dice entre risas. Un preciado metal que cada 12 de septiembre lo saca de un bolsito que le hizo su abuela para celebrar “su cumpleaños”.

Una decena de pilotos

Impulsados por ese chute de moral arrancaron con brío y con buenos resultados el nuevo ciclo paralímpico, si bien su asociación sobre los pedales duró un año más, hasta 1993, ya que Ignacio se centró en su sueño de ser profesional. En una temporada les dio tiempo a sumar varias medallas a sus vitrinas. En el campeonato nacional de ruta ganaron un oro en fondo y una plata en contrarreloj, mientras que en pista se alzaron con un oro en kilómetro y un bronce en velocidad. Además, se proclamaron campeones de Europa en París en fondo, kilómetro y persecución y revalidaron el maillot amarillo en el Tour de Bélgica.

Vino luego una época difícil para Belén, a quien le costó trabajo dar con alguien que reemplazara a Ignacio. “Fue muy duro, lo pasé mal, tenía que buscar a otra persona con la que tuviese plena confianza. Fue un desastre. Con el primero, en el velódromo que había en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) me caí y como el pavimento era de cemento y estábamos en verano, me achicharré el brazo. Le dije que ya no corría más con él. Incluso me planteé dejar el deporte”, confiesa. Durante ese impasse se acercó al esquí alpino, modalidad en la que fue subcampeona de España en slalom gigante. Pero su pasión estaba sobre las dos ruedas. Compitió con hasta diez pilotos en los dos años siguientes, en los que, sin embargo, se mantuvo en la cresta de la ola.

En 1994 acudió a Bélgica al primer campeonato del mundo de ciclismo adaptado y cosechó el oro en línea, la plata en persecución y el bronce en kilómetro guiada por el vallisoletano José Ángel Santiago, con el que también se impuso en la Challenge Internacional de Lorient (Francia) y en la etapa inaugural del Tour de Francia. “Fue una cosa puntual, el que se quedaba suelto por alguna circunstancia me lo asignaban a mí. Era difícil porque no tenía continuidad con el mismo”, explica. Un año más tarde se plantó en la localidad alemana de Altenstadt en compañía del alicantino Juan Enrique Vidal, con quien sumó tres medallas (oro en kilómetro y persecución y plata en fondo) en el Europeo.

A las puertas de Atlanta’96 seguía sin un piloto fijo, hasta que apareció Paco Lara y ambos aceptaron el reto de preparar esos Juegos. “Tenía un perfil muy diferente al de Ignacio, pero conectamos, volví a recuperar la ilusión y esa continuidad me ayudó a tranquilizar mis ánimos”, declara. Debutaron con tres oros en el campeonato de España en Palma de Mallorca y un segundo puesto en el Tour de Bélgica. Ese idilio con el podio se prolongó en territorio estadounidense en una cita “descafeinada, ya que veníamos de Barcelona y hubo mucha diferencia, apenas había público, la comida era nefasta, las instalaciones estaban muy lejos, la organización fue un caos, una gran decepción”.

En el velódromo de Stone Mountain se llevaron el bronce en persecución tras caer en semifinales in extremis ante los americanos Michael Hopper y Kathleen Urschel. “El clima era horrible, no parabas de sudar, hacía mucha calor y humedad. Perdimos por muy poco”, cuenta. Algo parecido les ocurrió en la prueba en carretera, donde sumaron una plata con sabor agridulce ya que acariciaron el oro. A su regreso a España participó en la ‘Subida a Montjuic’ y ahí dejó de pedalear en competición, con solo 23 años, debido a las dificultades que tenía para compaginar entrenamientos de alto nivel con su trabajo como profesora del equipo educativo de la ONCE, donde enseña a niños ciegos y deficientes visuales.

“Me habría gustado seguir, pero no parecía ético interrumpir el curso escolar para ir a concentraciones y campeonatos, ya no era factible. Lo dejé con todo el dolor de mi corazón y me centré en mi labor como docente. Me veo reflejada en mis alumnos, a los que animo siempre a hacer deporte, la mejor vía para romper barreras y aceptar tu situación. Cuando conocen mi historia saco esa motivación en los padres y en los niños, les ayuda a darles el empujón definitivo para practicar deporte”, apostilla Belén Pérez, una ciclista pionera con tesón, orgullo y metales.

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