Montse Alcoba, a Tokio con el peso de su fuerza y coraje

A base de constancia y trabajo, la halterófila barcelonesa cumplirá el sueño de competir en unos Juegos Paralímpicos. “Quiero un diploma y mejorar mi marca”, comenta.

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Montse Alcoba celebra la medalla que ganó en Manchester. Fuente: IPC

Cada vez que sube a la tarima y cierra los ojos se abstrae de todo lo que rodea a la competición y su mente viaja al cubículo en el Club de Pesas de Terrassa donde desafía una y otra vez a la barra de acero y a los discos. En aquella sala, sin un press de banca adaptado y con unas cajas de madera para apoyar sus piernas, Montse Alcoba pergeñó hace un año un plan junto a Toni Vallejo, el entrenador que le hizo cambiar el chip, para llegar a Tokio. Se enfrentaba a una empresa difícil por su posición en el ranking, pero ella, una jabata e indomable luchadora, había convertido en una cuestión de fe no abandonar la esperanza. Con ese trabajo en la sombra, constancia y coraje se clasificó in extremis para sus primeros Juegos Paralímpicos.

“Cuando me comunicaron que tenía plaza iba sola en el coche y parecía un mar de lágrimas, estuve una hora llorando. He pasado mucho para que el sueño se haga realidad”, reconoce. Demasiadas piedras en un camino que tuvo su punto de partida en 2007, cuando se acercó por primera vez a la halterofilia. Aunque desde joven ya sabe lo que es superar obstáculos. Su vida siempre giró alrededor del deporte, de niña practicó taekwondo y voleibol, pero un accidente de moto con 15 años lo cambió todo. Una fractura de peroné acabó en la amputación de su pierna izquierda, que se le gangrenó por una infección en el hospital.

Pese a ser una adolescente, lo digirió con entereza, no había tiempo para lamentos, solo se permitió avanzar, eso lo lleva en sus genes. “Conocía la discapacidad de cerca, mi padre es sordomudo, mi madre sorda y mi abuelo materno perdió un ojo durante la Guerra Civil española. Ese carácter luchador lo llevo en la sangre, me han enseñado a que la vida no es fácil y hay que pelear para tirar hacia adelante”, recalca. Montse se agarró al baloncesto en silla de ruedas, vertiendo su calidad en Sabadell, Granollers, Peraleda de Toledo, CEM L’Hospitalet y Global Basket.

“Tardé tres años en anotar mi primera canasta”, dice entre risas la barcelonesa, que vistió la elástica de la selección española en varios torneos. “Formé parte del equipo nacional en su resurgir en el Europeo de Hamburgo de 2003 tras años de travesía por el desierto. Me siento muy orgullosa de esa etapa en el basket”, añade. Lo compaginó con el atletismo durante un par de años, llegando a competir en 2001 en los Juegos del Mediterráneo en Túnez, siendo sexta en la prueba de 800 metros. “La silla de correr me machaba las caderas y lo tuve que dejar”, confiesa.

Una oportunidad con la halterofilia

Nunca se desligó del deporte y en el gimnasio descubrió la halterofilia, disciplina que la cautivó. “Al principio lo hacía para mantenerme en forma, no aspiraba a nada más que acudir a alguna prueba por Cataluña, pero se me daba bien y en 2010 fui al Mundial de Kuala Lumpur, donde quedé quinta. Y en 2012 gané la plata en la Copa del Mundo de Hungría. Sin embargo, para estar arriba tenía que dedicarle más horas y vi que era incompatible con mi vida laboral y familiar”, cuenta. Tenía otras prioridades: Álex y Ona, sus hijos.

Cuando su pequeña empezó en el colegio en septiembre de 2017 volvió a retomarlo, pero con calma, sin exigencias. Se presentó a una competición nacional y el seleccionador español por entonces, Domingo García, le lanzó una apuesta: “Me comentó que si levantaba 97 kilos me llevaba al Europeo de 2018. Como soy tan cabezona, hice 98 kilos. Me puse a dieta por primera vez en mi vida, gané músculo y en Francia me presenté hecha un flan, muy nerviosa, era mi tercer campeonato internacional, y conseguí la medalla de plata en categoría -86 kilos”.

Aquel resultado le dio alas para continuar. Al año siguiente no le fue tan bien en el Mundial de Kazajistán, con tres nulos, pero le sirvió de aprendizaje. El gran cambio se produjo a finales de 2020, cuando se puso en manos de Toni Vallejo. “Me dijo, ‘No tengo ni idea de halterofilia adaptada, pero si estás decidida, me la juego contigo’. Con él he dado un salto enorme, me rectificó cosas en la técnica, me ha enseñado a competir, a tener seguridad, a perder el miedo y a dejar a un lado las preocupaciones y centrarme solo en la barra”, asegura.

No solo se machacó en el gimnasio, también aprovechó cada ratito libre para prepararse en casa. Todo ello mientras hacía encaje de bolillos para trabajar como profesora de educación especial en un colegio y cuidar a sus hijos, tarea que comparte con su marido, Jordi Torres, su gran apoyo. Y esa mejoría se ha visto reflejada esta temporada con logros de prestigio en su nueva categoría, -79 kilos. Se colgó el bronce en la Copa del Mundo de Manchester levantando 100 kilos, “siendo la primera española en alcanzar las tres cifras en competición internacional”.

En junio en Dubai fue undécima tras alzar 102 kilos que la situaban octava en el ranking mundial y, por tanto, en los Juegos Paralímpicos. “Nunca dejé de prepararme y de pelear, recorté puestos en la clasificación y se alinearon los planetas para llevarme el último billete para Tokio”, subraya. A la capital nipona se presenta con la adrenalina por las nubes, en un momento dulce y dispuesta a batir su récord de España, fijado en 103 kilos.

“Estar en Tokio es mi medalla. Voy ilusionada, fuerte y con confianza, quiero un diploma y mejorar mi marca, con eso me iría satisfecha. Y después, a pensar en París 2024, a esos Juegos estoy segura de que llegaré con opciones de podio”, sentencia Montse Alcoba, una halterófila que con voluntad se recompuso para emprender un esfuerzo titánico y poner sus músculos al límite. La recompensa, vivir su primera cita paralímpica.

TEST TOKIO 2020. Conociendo a Montse Alcoba

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