Con 14 años mordió su primera medalla internacional, una plata en el Europeo de Estocolmo (Suecia) en 1997. Aquel logro sirvió de acicate para su porvenir. Más de dos décadas después, Álvaro Valera continúa encaramado en la cúspide del tenis de mesa. Cinco preseas en Juegos Paralímpicos, siete en mundiales y 17 en europeos ensalzan su excelso currículum. Tras más de 20 años en la élite y con un sinfín de batallas libradas, el incombustible y tenaz palista andaluz afronta un nuevo desafío: alcanzar el oro en Tokio. “Sería increíble conseguir otra medalla dorada 21 años después tras la de Sídney 2000. Voy a por ella”, recalca.
Incansable y voraz, su tremenda capacidad de sacrificio, los valores y la humildad que atesora son las bases que lo han convertido en uno de los más grandes. Cada año se supera pese a las dificultades con las que tiene que lidiar ante la pérdida de musculatura y movimientos en piernas y en brazos por la polineuropatía con la que nació. “He tenido que reinventarme para no estancarme. Sufro más dolores cuando entreno, he perdido tono muscular, las rodillas y la espalda no me responden, pero lo voy gestionando. Adapté mi juego para paliar la falta de físico con técnica, estrategia y habilidad. Mi nivel ha caído, antes ganaba con más diferencia, ahora tengo que trabajar más los partidos, los golpes van con menos intensidad y fuerza, y toca tirar de inteligencia, ser más zorro”, asegura.
Con cinco años le detectaron la enfermedad conocida como Charcot-Marie-Tooth y que afecta a sus extremidades, pero no ha sido óbice para convertirse en una leyenda de un deporte que descubrió a los 10 años junto a la piscina de un club de Sevilla en el que veraneaba. “Me enganchó y pasaba todo el día jugando con mis amigos. Por mi forma de andar no podía jugar al fútbol como el resto, pero con la pala me sentía uno más, podía plantar cara y ganarles a chicos sin ninguna limitación física y ese reto me estimulaba, me hacía feliz”, relata.
Su padre le compró una mesa y se pasaban horas golpeando la bola en el sótano de su casa. Ahí empezó a cimentar los pilares de una brillante carrera. En 1998 ganó el Mundial de París pese a ser un pipiolo. Pero aquel rostro ingenuo y bonancible ocultaba a un genio de ambición desmedida con redaños para medirse a los mejores. En Sídney 2000 se colgó el oro paralímpico, un regalo para su progenitor, que falleció poco después. Ese fue el trago más duro en la travesía de Valera, que estuvo unos meses sin competir. Se nutrió de su carácter indómito para levantarse y, desde entonces, no ha parado de añadir metales a su vitrina.
“La receta para continuar arriba no es otra que disfrutar de mi pasión como el primer día, constancia y trabajo. Mantengo la ilusión y el espíritu competitivo de cuando empecé siendo un niño, aunque con menos euforia y con más aplomo. Sigo invirtiendo muchas horas de entrenamientos porque me encanta lo que hago, cada día es un nuevo desafío”, apunta el laureado deportista sevillano, que a sus 38 años ya lleva una década como número uno del ranking mundial en clase 6.
En los últimos años también le ha tocado sufrir con las derrotas, perdió la final en los Juegos de Río 2016 y en el Mundial de Eslovenia 2018, además de quedarse en 2019 por primera vez fuera del podio en un Europeo en la prueba individual. Este año, en la única prueba internacional, fue plata en el Open de República Checa tras ceder en la final con el rumano Bobi Simion. “Eso te hace valorar aún más las victorias. El nivel ha subido y la exigencia es mayor, siempre voy con humildad y respeto porque cualquier rival te puede sorprender, habrá que redoblar esfuerzos y apretar los motores”, asevera Valera, que firmaría una nueva final con el danés Peter Rosenmeier, su archienemigo en las grandes citas.
Oro en Sídney 2000, bronce en Pekín 2008, doblete plateado en Londres 2012 y plata en Río 2016, el palista español espera ampliar su cosecha en Tokio, sus sextos Juegos Paralímpicos. “Para mí es un regalo y un privilegio tener otra oportunidad. Me gustaría quitarme la espinita de Londres y de Río y llevarme el oro, sería un sueño. Perdí dos finales seguidas y confío en que la tercera sea la vencida. Voy a por lo máximo, puedo ganarles a todos si tengo un buen día y estoy inspirado, pero si no puede ser, al menos quiero volver de Japón con una medalla”, resalta.
Luchará por dos preseas, ya que por equipos jugará junto a su compañero y amigo Jordi Morales, una pareja que en 2019 conquistó el oro europeo y que llevan dos décadas sumando metales. “Antes nos mezclaban con jugadores de clase 8, que tienen discapacidad más baja y la desventaja era brutal. A pesar de ello, en Londres rompimos todos los pronósticos y nos llevamos la plata. Ahora en Tokio hay más opciones porque jugaremos en clase 7. Nos conocemos a la perfección, formamos un gran doble, somos compactos y sin fisuras, aspiramos al oro”, explica Valera, a quien le gustaría seguir hasta París 2024: “Dependerá de las sensaciones que tenga y de los resultados, pero no descarto un ciclo más. De momento, quiero saborear cada día como si fuese el último”.