Pese a su bisoñez ha tenido que lidiar con muchas vicisitudes. Por eso Adi Iglesias esprinta contenta, sin temor, solo soñando. En 2019 irrumpió con dos platas mundiales y en junio de este año se ha colgado dos oros europeos en 100 y en 400 metros. En unos días peleará por ser medallista en Tokio, en sus primeros Juegos Paralímpicos. A pesar de ser velocista, su carrera vital es de fondo y con obstáculos. Ya no queda drama en su rostro, ahora, la deportista de las trenzas doradas sonríe sobre el tartán, aunque su camino hacia la felicidad ha sido escabroso desde que nació con albinismo hace 21 años en Bamako (Malí).
Una combinación peligrosa en un entorno donde dicha condición genética está perseguida y considerada maldita. “Si me hubiese quedado allí, quizás hoy no estaría viva”, reflexiona. La falta de melanina en su piel le pudo haber costado la vida por la ignorancia ajena. “Vivos nos consideran gafes y hay cazadores que amputan una parte de tu cuerpo para venderlo como amuleto de fortuna o entierran el pelo para atraer la riqueza”, explica la joven. Creció sin salir de su barrio por temor a que fuese secuestrada como otros niños. Y en 2010 tuvo que escapar de un destino macabro por el hecho de ser diferente en el continente de las supersticiones. “No podía quedarme, me sentía una extraña y corría peligro. No tenía más remedio que salir si quería sobrevivir”, recalca.
Con 11 años abandonó África y llegó a La Rioja para convivir con un hermano, pero la situación se agravó. “No se portó bien conmigo, aunque no le guardo rencor, de no haber pasado ese mal trago no sería quien soy”, aclara Adi, que acabó en un centro de menores. Hace seis años se cruzó en su vida Lina Iglesias, profesora en Lugo, que decidió adoptar a aquella adolescente de piel blanca y cabello rubio. “Fue una tabla de salvación, ella siempre dice que le ha tocado una hija maravillosa y yo digo lo mismo, no podía haber dado con una madre mejor. Le estaré eternamente agradecida porque me ha dado una oportunidad para seguir viviendo”, asevera.
Encajaron a la perfección y en una de sus primeras charlas salió el deseo de Adi por correr. “En mi país era impensable, apenas me movía entre dos calles. Me enamoré del atletismo cuando en mi aldea vi una competición por televisión, bueno, más bien eran figuras borrosas porque no veía bien. Iban muy rápidas y me encantó”, confiesa. Lina movió cielo y tierra para que su hija cumpliese el sueño de ser atleta, aunque al principio tuvo que trabajar con ella la autoestima ya que se avergonzaba de su cuerpo. “Tenía complejo, en Mali no podíamos mostrarlo y me chocaba salir a la calle con un pantalón corto o un top. Supe quererme a mí misma y a romper cualquier barrera”, comenta.
Sus primeros pasos los dio en el club Lucus Caixa Rural junto a Maxi Rodríguez, una referencia del atletismo paralímpico, y luego fue Adolfo Vila quien pulió ese diamante en bruto, cuya capacidad visual apenas llega al 20%. No aprecia las líneas de las calles ni tampoco la de meta, “por eso casi nunca se me ve meter la cabeza en la ‘foto finish’ para arañar centésimas, siempre corro unos metros de más. Las referencias me ayudan, pero me despistan si las busco durante la carrera”.
Medallas internacionales
En poco tiempo se ha convertido en una de las mejores velocistas del mundo y fue la gran figura del equipo español en el Mundial de Dubai hace dos años con dos platas, bajando de los 12 segundos en los 100 metros (11.99) y parando el crono en 24.31 en los 200 metros. “Tenía mucha confianza, pero no esperaba obtener esos resultados. Fui a darlo todo, mi objetivo era mejorar las marcas y conocer a mis rivales, era la primera vez que me medía a ellas”, recuerda.
Ya venía avisando de su enorme potencial cuando fue la más veloz de Galicia frente a rivales videntes -posee el récord autonómico en ambas distancias- y quedando entre las mejores en varias ocasiones en el campeonato de España absoluto. “Sé que soy diferente por ser albina, pero me motiva el poder demostrar que una deportista invidente puede enfrentarse a las mejores. Por eso, pese a no ver, prefiero correr sola y no atada a un guía, temo que luego no me dejen competir en pruebas nacionales de gran nivel”, dice.
El pasado mes de junio en Bydgoszcz (Polonia) subió al trono europeo en 100 (12.08) y en 400 metros (récord continental con 55.70) pese a que le subieron a la categoría T13. “Fue un poco decepcionante porque me quedaba sin poder hacer el 200, mi prueba fuerte, y sin mínima para Tokio, todo el esfuerzo realizado era en vano. Es injusto que hagan clasificaciones médicas a pocos meses de los Juegos, mucha gente se ha quedado fuera. Mi entrenador me tranquilizó, me dijo que el cambio traería algo bueno y al final tuvo razón. El cabreo me lo guardé y saqué esa rabia en la pista”, explica.
En unos días Adi afronta en la capital nipona un reto de mayor envergadura, los Juegos Paralímpicos. “Aún no me lo creo, el nivel de exigencia se ha notado más, el trabajo ha sido más fuerte para ser constante en las marcas. Tengo ganas de disfrutar cada minuto”, apunta la gallega, que ya no tendrá como rival a la cubana Omara Durand, que ha reinado en T12 en la última década, pero sí lidiará con la ucraniana Leilia Adzhametova, la francesa Nantenin Keita, la estadounidense Kym Crosby o la brasileña Rayane Soares. “Solo conozco a las europeas, no suelo fijarme en mis adversarias ni hago un seguimiento para no comerme la cabeza”, sostiene.
La joven sabe que está ante una gran oportunidad y por ello apunta con ambición al doblete en Tokio. “Nada es imposible y si quieren ganarme tendrán que darlo todo porque estaré apretándoles. En el 100 estoy cada vez mejor, he bajado a 11.83, y el 400 solo lo he preparado en estos meses previos, es una prueba que hay que trabajarla psicológicamente porque el ácido láctico te sube rápido y tienes que contradecir al cerebro. Mi objetivo es coger medalla, aspiro a estar en el podio en ambas pruebas, me siento fuerte y preparada para ello”, apostilla la atleta de las trenzas doradas, su seña de identidad. Durante su infancia no salía de su barrio y ahora, con arrojo y sin complejos en cada zanjada Adi no teme a nada, corre más que nunca y acumula sueños con la idea de ser mejor cada día.