Juan Antonio Valle lleva dando paladas en las aguas del río Guadiana desde los 14 años. Hace casi seis, una lesión de espalda le obligó a parar. Fue operado en dos ocasiones, con el resultado de daños en el nervio ciático y una parálisis en el pie izquierdo. Aquello le cerraba una puerta, pero supo abrir otra a través del piragüismo adaptado, que se ha convertido en su antídoto contra las preocupaciones. En poco tiempo, ese caudal de conocimientos adquiridos desde adolescente y su tesón le han permitido hallar un hueco entre los mejores del mundo en kayak KL3 200 metros. En unos días peleará por las medallas en los Juegos Paralímpicos de Tokio.
El emeritense llegó a pensar que su etapa en la alta competición había finalizado, pero como suele repetirse, “nunca sabes lo que te va a deparar el futuro”. “A los 31 años me operaron de una hernia de disco y a los 37 volví a pasar por quirófano porque me estaba dando muchos problemas y me tuvieron que poner una prótesis”, relata. Hasta entonces, el palista del Iuxtanam Monteoro de Mérida se codeaba con la ‘crème de la crème’ del piragüismo español.
Participó en pruebas nacionales e internacionales y uno de sus máximos rivales era el medallista olímpico Saúl Craviotto cuando formaba tándem en K2 junto a Julio Moreno, quien ahora anota los tiempos que Valle emplea en recorrer las numerosas series de 100 y 200 metros y le anima desde la orilla. “Es un gran amigo y mi entrenador, uno de los que me empuja cada día. Con el paracanoe recuperé la ilusión, volví a engancharme a un deporte que desde niño ha sido mi pasión, la piragua la llevo en la sangre”, recalca.
Lleva cuatro años y en los tres primeros se había quedado cerca de las medallas en mundiales y en europeos. Hasta el pasado curso, cuando en la Copa del Mundo en Szeged (Hungría) inauguró sus vitrinas con una plata en KL3, su primera medalla internacional. “Fue una sensación única subir al podio”, afirma. Precisamente, en el campo de regatas magiar obtuvo en 2019 su pasaporte para los Juegos Paralímpicos. “Cuando empecé en esta modalidad mi meta era llegar a Tokio y en unos días habré cumplido ese sueño. Han sido muchas horas de entrenos y he tenido bajones cuando han aparecido los dolores de espalda, pero siempre con motivación y con unas ganas tremendas porque me encanta lo que hago”, asegura.
Este año ha podido centrarse plenamente en el deporte, con cuatro o cinco sesiones diarias entre el kayak, el gimnasio y la piscina, recorriendo unos 90 kilómetros a la semana en el Guadiana y con visitas al Centro Especializado de Alto Rendimiento de La Cartuja (Sevilla). Una dedicación que le ha permitido dar un salto de calidad esta temporada, en la que se ha quedado dos veces con la miel en los labios tras ser cuarto en la Copa del Mundo de Hungría y en el Europeo de Poznan (Polonia). “Estoy cansado de llevarme la medalla de ‘chocolate’, así que esta vez espero ganarles en Tokio”, subraya.
“He mejorado la arrancada en los primeros 50 metros, ahora soy un poco más explosivo, pero tengo que limar detalles en el tramo intermedio de la regata, ahí me cuesta más. Sé que me queda una marcha más por dar y confío en que mi mejor versión se vea en los Juegos. Estoy en tiempos muy competitivos, tengo esperanzas de hacer algo importante y si se cumplen los pronósticos puedo echarles mano a los rivales más fuertes. Por mi mente solo pasa el coger medalla”, añade.
Todo el trabajo de estos años se lo jugará en menos de 45 segundos en el canal Sea Forest Waterway de la capital japonesa, instalaciones que ya probó hace un par de veranos en un Test Event. “El viento nos puede afectar dependiendo de la calle que te toque porque varía mucho la dirección. A Tokio voy con los pies en el suelo, será un reto complicado, pero el KL3 200 metros sprint es una prueba en la que no hay nada firmado, todo puede cambiar completamente de una regata a otra, todo se decide en décimas de segundo, así que puedo pelear por una medalla”, concluye el palista extremeño.