Entre finales de los 80 y mediados de los 90 el palentino fue uno de los mejores atletas con discapacidad visual del mundo. Ganó dos oros paralímpicos en Seúl’88 y uno en Barcelona’92. Siempre corría con la mente puesta en otra meta, la de su labor profesional como abogado.
Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
Su cabeza, sus piernas y su voluntad estaban hechos para una de las pruebas más duras de la larga distancia, los 5.000 metros. Era su especialidad, la que reinó con 2 oros en los Juegos Paralímpicos de Seúl’88 y Barcelona’92. Su combinación de resistencia numantina y esprint convirtieron a Mariano Ruiz en uno de los mejores atletas con discapacidad visual del mundo entre finales de los 80 y mediados de los 90. Cuando se pegaba el dorsal en el torso no le preocupaba el resultado, solo corría como deleite. Pese a sus éxitos, el deporte fue algo secundario, en su mente siempre tenía fijada otra meta, la de su carrera como abogado. De hecho, no disputó dos finales paralímpicas en Arnhem’80 y en Nueva York’84 para presentarse a exámenes de Selectividad y de Derecho, respectivamente.
Además de llegar a ser un atleta laureado puede presumir de haber sido también ‘cum laude’ fuera de las pistas, un prodigio en las aulas. Hijo de una familia humilde de Mudá (Palencia), un pequeño pueblo minero en el que vivió hasta los 12 años, con apenas cuatro un medicamente erróneo le atrofió el nervio óptico y le dejó un 10% de visión. “Fue como consecuencia de una infección que no me trataron bien. Pero no guardo rencor a aquel médico, aquello me hizo la vida más difícil, pero tenía buena orientación y me manejaba con independencia”, recalca.
Tuvo una infancia normal, aunque le tocó digerir algún que otro mal trago por las burlas de sus compañeros. “Lo pasé mal de pequeño, los niños me marginaban y se reían de mí porque no veía. Hace 50 años el trato a las personas con discapacidad era otro mundo. Mis padres sufrieron mucho, pero por suerte he tenido bastante éxito en mi vida”, asegura. Ese rechazo le hizo forjar un carácter indómito. Y la mejor manera para sortear las primeras barreras fue a golpe de zancadas. “Mi afición al deporte comenzó en la escuela de Mudá con 10 años. El maestro de gimnasia me sentaba y me decía que no hiciese nada. Pero una vez a la semana nos dejaban ir a un prado detrás del colegio y en línea recta les ganaba a todos. Ahí me sentía libre, era una forma de superación”, relata.
A partir de entonces se construyó, a base de victorias y títulos, una sólida reputación como atleta. Estrenó su medallero en 1977 con un bronce en el Campeonato de España en Madrid en los 400 metros. Durante su etapa como interno en el colegio de la ONCE, ubicado en el paseo de La Habana, se tomó más en serio el deporte, aunque para él la educación académica era su prioridad. “Tenía 14 años y como no podía salir, me pasaba las horas libres corriendo por los patios y campos del centro. En esa época me ayudó Diego Monreal, profesor de Educación Física que trabajó mucho por el deporte para ciegos. En actitud era un chico rebelde e inquieto, pero muy aplicado en los estudios, fui el alumno que mejores notas sacó”, confiesa.
Sus exámenes antes que unos Juegos
Su debut internacional llegó con los Juegos Paralímpicos de Arnhem (Holanda) en 1980, participando en 400, 800 y 1.500 metros, pero regresó a España antes de la ceremonia de clausura porque tenía que examinarse para la Selectividad. “Era mi primera salida al extranjero, lo viví con mucha satisfacción personal. No conseguí ningún resultado y no me presenté a una final ya que volví a Madrid porque tenía exámenes. Aprobé con la mejor nota del Instituto Joaquín Turina”, afirma con orgullo. El atletismo era una asignatura más en su vida, pero siempre la afrontaba sin presión. De hecho, en los Juegos de Nueva York 1984 le ocurrió algo similar. Renunció a disputar la final del 1.500 para realizar un examen de derecho financiero.
“Si no lo aprobaba me quitaban la beca económica. Saqué sobresaliente. El deporte lo tuve como algo secundario, siempre fue un hobby, lo hacía por disfrute. Se me daba bien, pero tenía claro que debía formarme y sacarme la carrera”, explica. Una vez liberado de los estudios, sus largas piernas se enfrentaron a desafíos sobre el tartán y los resultados empezaron a florecer. En el estadio Olímpico de Roma se colgó dos platas (800 y 1.500) en el Europeo de 1985. Una plata mundial sacó en los 5.000 metros en Göteborg (Suecia) un año después y en el siguiente curso se proclamó campeón de Europa en esa misma distancia en Moscú.
Siempre tuvo madera de campeón. Lo supo su entrenador, Eleuterio Antón -un histórico del maratón español-, al poco tiempo de conocerlo y de observar como corría en la pista de La Almudena, en la Ciudad Universitaria. Pero, ante todo, lo sabía el propio Mariano que, a sus cualidades como atleta, añadía el poder de la convicción. No solo destacaba en competiciones para ciegos, también lo hacía en el asfalto en carreras integradas con deportistas sin discapacidad. “Cuando no ganaba, la mayoría de las veces era porque me equivocaba al no ver la meta, perdía la orientación”, cuenta.
“Participé en bastantes pruebas populares, solía quedar entre los ocho primeros. Tengo anécdotas como para escribir un libro. Por ejemplo, en la Carrera del Agua, en Madrid, que sale de Plaza de Castilla y acaba en Islas Filipinas, iba primero y había que dar una vuelta por fuera de las instalaciones del Canal de Isabel II, pero yo entré sin darla. Me frené justo delante de un quiosco de cervezas y allí me sacaron una foto como si me lo fuese a llevar. Al final quedé cuarto. Y en otra ocasión en Alcalá de Henares también estaba cerca de ganar y en un esprint me empotré contra una moto de televisión que estaba siguiendo la carrera y me rompí una pierna. Siempre me lo tomaba con filosofía”, subraya.
Pese a correr ante videntes, en aquellos tiempos la sociedad no estaba adaptada a las personas con algún tipo de discapacidad. Y una muestra de ello es su intento fallido de acceder a la carrera de fiscal. “Terminé derecho con una media de 9.18, fui el número dos de mi promoción. En 1988 me presenté a las oposiciones de fiscal, aprobé el oral y tras un examen médico me prohibieron hacer el caso práctico por mi deficiencia visual. Me pidieron leer el BOE y no podía, así que me contestaron que no era apto. Recurrí y nos dieron la razón, pero no me guardaron las notas de los exámenes. Lo pasé mal y como estaba harto y sin dinero, me olvidé de ello y entré a trabajar en la ONCE. Me ha tocado luchar bastante, tenía asumido que no veía, pero peleaba y trataba de sortear cualquier obstáculo”, afirma.
Dos oros en Seúl’88 y uno en Barcelona’92
Ese mismo año le llegó la gloria al subir a lo más alto del podio en los Juegos de Seúl’88 con dos oros en 1.500 (4:05.53) y en 5.000 metros (15:23.05) con sendos récords paralímpicos. Continuó cosechando metales, como la plata en el Mundial de Assen’90 (Holanda) y un oro y una plata en el Europeo de Caen’91 (Francia). Pese a sus lauros, Mariano no era el favorito en la final de los 5.000 metros en Barcelona’92, las quinielas apostaban por el polaco Waldemar Kikolski. El palentino hizo vibrar de euforia al estadio de Montjuic al imponerse con autoridad, 15:07.16, un tiempo que suponía récord del mundo. En el 1.500 se quedó a poco más de un segundo del bronce.
“Es uno de los mejores momentos que he vivido, aquellos Juegos fueron otro mundo, la gente nos hizo sentir deportistas de élite, marcaron un antes y un después en el movimiento paralímpico. Correr ante unas gradas a rebosar y ganar fue apoteósico. Recuerdo que no oía nada porque el público entró en ebullición, eso me dio alas para acelerar y colocarme primero a falta de 500 metros, le saqué 13 segundos al polaco. Crucé la línea de meta fundido y me tiré al césped. Me lanzaron una bandera de España, que aún conservo, y di la vuelta al estadio descalzo y con las zapatillas en la mano”, narra.
En sus quintos Juegos, en Atlanta’96, se quedó a dos segundos de subir al podio en su prueba fetiche. Al año siguiente decidió probar en maratón y en su bautismo en la distancia de Filípides firmó en Tokio el récord del mundo en su categoría. En la maratón de Madrid de 1999 se coló entre los 16 mejores entre 20.000 participantes y eso le animó a preparar los 42.195 metros para los Juegos de Sídney 2000. “Tenía la mejor marca de todos, iba en primera posición, pero cuando quedaban cuatro kilómetros para el final pinché, me retiré por agotamiento, ya no me quedaban fuerzas”, apunta. Su última competición se produjo en la Millenium Maratón en 2001, prueba en la que también se despidieron del atletismo activo Martín Fiz y Abel Antón: “Fue un lujo poder decir adiós al lado de dos grandes campeones”.
Eso sí, no ha dejado de hacer deporte y a sus 59 años suele dar zancadas cada mañana por el Parque del Oeste de Madrid. “A veces me cuesta arrancar, pero una vez que lo hago me siento bien, es necesario por temas de salud ya que tengo un corazón hipertrofiado”, dice Mariano Ruiz, distinguido con el Premio Olimpia y con la medalla de oro al mérito deportivo que otorga el Consejo Superior de Deportes. Trabajó como secretario general de la Federación Española de Deportes para Ciegos y en 2016 presidió la Junta Electoral de la Real Federación Española de Tenis, cargo que repetirá este año. También formó parte de la candidatura olímpica de Madrid 2016 y le gustaría que la capital acogiese unos Juegos: “Tuvimos la oportunidad y se escapó por poco. Habría que cambiar muchas cosas, pero quizás pueda optar a los de 2036. Esta ciudad se lo merece”.