En seis años disputó cinco Juegos Paralímpicos de Invierno y de Verano, en los que ganó seis medallas en esquí alpino y dos en atletismo. La barcelonesa también fue campeona del mundo en ambos deportes.
Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
Surcaba el manto blanco y volaba sobre el foso de arena con la misma determinación y osadía. Con los esquís o las zapatillas de clavos, Magda Amo exudaba talento, voracidad y un vigor irrefrenable que la llevaron a construir un palmarés excelso. Campeona del mundo en esquí alpino y en atletismo, es la única deportista española que ha participado en Juegos Paralímpicos de Invierno y de Verano (en categoría masculina lo hicieron Miguel Ángel Pérez Tello y Juan Carlos Molina). Desde 1992 hasta 1998 disputó cinco ediciones, con una cosecha de ocho medallas, seis en la nieve y dos en el tartán. Ambas disciplinas le llevaron a la cima, pero también al colapso y con solo 26 años se retiró, dejando una huella indeleble.
Inquieta y pizpireta, desde pequeña siempre tuvo excelentes dotes para el deporte. “A los ocho años empecé con gimnasia rítmica, deportiva y voleibol en el Colegio Real Monasterio de Santa Isabel. También jugaba al vóley playa en campeonatos de la Costa Brava”, cuenta la barcelonesa, que creció en el bohemio barrio de Gràcia. Pero lo que más anhelaba era esquiar. Pudo cumplir ese sueño poco después de sufrir un estacazo. “Con 10 años me diagnosticaron síndrome de Stargardt, una degeneración macular. Los profesores alertaron a mis padres porque en clase me acercaba mucho a los libros para leer y notaba que de lejos no veía bien la pizarra. Me quedó un 10% de visión, todo lo veía muy borroso y con los años he ido perdiendo más”, asegura.
Aquello solo fue una piedra en el camino, aunque le costó un tiempo digerirlo: “Fue una bofetada, un jarrón de agua fría. Al principio lo pasé mal, pero gracias a mi familia y a mis amigos, que nunca me han sobreprotegido ni me han tratado diferente, lo llevé bien. Eso me hizo ser una persona muy positiva y nunca me deprimí. Aprendí a levantarme tras cada caída para continuar hacia adelante. Eso sí, me dolió dejar el voleibol, era mi pasión”. La ceguera abrió otra puerta y su afiliación a la ONCE le permitió calzarse sus primeros esquís. “Era lo que siempre había querido hacer, pero era un deporte caro. Cuando me lo propusieron no me lo pensé y me tiré de cabeza”, dice riendo.
Con 13 años tuvo ese contacto con la fría y deslizante superficie blanca en Andorra. Apenas unas semanas después logró dos oros en el campeonato de España en Sierra Nevada. Allí empezó a forjarse el talento de una precoz deportista que alcanzó la cima. De físico liviano y con apenas 16 años subió a lo más alto del podio en su debut en un Mundial. En las majestuosas laderas de Colorado (EE.UU.), entre cientos de picos rozando el cielo, Magda Amo se llevó un oro en descenso y dos platas en gigante y combinada. “Es uno de mis mejores recuerdos. Era la primera vez que viajaba en avión y aluciné con las anchas pistas rodeadas de paisajes espectaculares. El primer día estaba hecha un flan, las piernas me temblaban. Tras ganar mi tercera medalla me hicieron pasar tres pruebas antidoping. No se podían creer que una niña era capaz de ganar a rivales mucho más experimentadas”, relata.
No le bastó con practicar un deporte y decidió probar el atletismo empujada por Antonio Blanco, su profesor de gimnasia en el Centro de Recursos Educativos de la ONCE Joan Amades. “El esquí no estaba tan profesionalizado, había pocas competiciones y solo entrenaba en los meses de invierno. Así que me decanté por la velocidad y por el salto de longitud”, confiesa. Y en su estreno como atleta, también en 1990, se proclamó campeona del mundo en Assen (Holanda). Al año siguiente fue plata continental en salto en Irlanda y ganó tres oros en el Europeo de esquí en Trento (Italia). Esos logros fueron la antesala de un doblete histórico.
Doblete en Barcelona y Albertville
El reto era mayúsculo, afrontar dos Juegos Paralímpicos en cinco meses. Pero Magda, con 19 años, indómita y con resistencia numantina, se veía capaz de todo. “Fue una locura, en un año solo estuve en casa 60 días. Cuando me marchaba a esquiar dejaba preparada la maleta de atletismo y, al contrario. A veces, aterrizaba y mis padres me llevaban el equipaje al aeropuerto porque tenía que coger otro avión. Fue mucho estrés combinar ambos entrenos y me rompía con frecuencia las fibras del cuádriceps. En esquí hacía un trabajo isométrico para tener las piernas más fuertes y voluminosas, algo que me iba mal para la velocidad y la longitud, donde estiras más”, cuenta.
En Albertville (Francia) sumó un bronce en gigante y un cuarto puesto en supergigante. “Eran mis primeros Juegos e iba muy ilusionada, pero con el freno puesto, al ser un evento más serio me daba mucho respeto, tenía más responsabilidad. Pese a los nervios pude sacar una medalla”, afirma Magda, que tuvo como ‘lazarillo’ a Lluis Luc. “En aquella época todo era más rudimentario, no existía el sistema de comunicación vía bluetooth y el guía me marcaba la dirección agitando los brazos y a gritos. Solo veía un bulto entre la nieve, en slalom íbamos muy pegados, pero en descenso a veces le perdía y a ciegas alcanzaba una velocidad punta de 115 km/h. Había que estar perfectamente coordinados, un error e ibas al suelo”, manifiesta.
En septiembre de 1992 vivió uno de los episodios más especiales de su trayectoria, los Juegos de Barcelona. “No podía perdérmelos, eran en mi ciudad, me daba igual doblar entrenamientos y sacrificarme al máximo”, matiza. La catalana asegura que el momento de la ceremonia de inauguración “fue lo más bonito. Aún lo recuerdo y se me pone la piel de gallina. Estábamos esperando en los bajos del Estadio de Montjuic y cuando dijeron España, las gradas parecían que se caían encima nuestra. Fue increíble, lo pasamos en grande. La ciudadanía se volcó, por primera vez nos sentíamos deportistas de élite. Lo peor, la diferencia con los medallistas olímpicos. Ellos acaban de cobrar una pensión de CaixaBank y nosotros no vimos un duro. Es algo que tengo clavado, el esfuerzo era el mismo y estaba al nivel de algunas atletas videntes”, apunta.
Plata sobre el foso de arena
Su mayor recompensa fue una plata en salto de longitud. Pese a competir con el muslo vendado por una lesión, Magda fue segunda e hizo historia al participar en dos Juegos en un mismo año. “Debí llevarme el oro, pero hubo polémica con los jueces. Hice un salto largo y me lo dieron como nulo cuando no lo era”, lamenta. En la siguiente temporada su rodilla derecha crujió y tuvo que pasar por el quirófano. Una vez más se levantó ante la adversidad y ganó un par de preseas en el Europeo de atletismo en Francia. En los Juegos de Lillehammer’94 (Noruega) acudió a su cita con el podio tras conseguir la plata en descenso.
“Me cambiaron el guía y me afectó bastante porque no congeniaba con César Salomo, no hubo ‘feeling’. No fue lo esperado y no gané más medallas -fue cuarta en dos ocasiones- por esa falta de confianza. Eso sí, me llevé una plata y un recuerdo único, ver la aurora boreal”, sostiene. También en 1994 fue subcampeona mundial en longitud en Berlín y otro metal plateado se colgó un año después en el Europeo de Valencia. El broche perfecto como atleta lo puso en los Juegos de Atlanta’96, unos meses después de imponerse en descenso en el Mundial de Austria. En la cita estadounidense, la discípula de Miguel Ángel Torralba conquistó el ansiado oro con un salto de 5.22 metros, superando a sus compañeras Rosalía Lázaro y Purificación Ortiz. “Ahí dejé el atletismo, ya había cumplido y me fui con la cabeza bien alta”, añade.
Lo mejor se lo había reservado para los Juegos de Nagano’98. En la nieve japonesa, la esquiadora española más laureada cosechó cuatro oros en descenso, slalom, slalom gigante y supergigante, formando un tándem perfecto con Ana Casas. “Los dos años que le dediqué en exclusiva al esquí dieron sus frutos. Tuve una transformación física, la musculación cambió de cintura hacia abajo y eso me ayudó a mejorar. Por primera vez tenía cuerpo de esquiadora y no de bailarina. Fue algo brutal, cada dos días ganaba un oro, no me lo creía”, aclara. La mejor despedida que pudo tener, ya que decidió poner punto y final a su carrera tras más de una década de éxitos.
“Estaba agotada, no podía con mi alma, me bloqueé física y mentalmente. En seis años fui a cinco Juegos Paralímpicos y entre medias, varios mundiales, europeos, Copas del Mundo, campeonatos de España y de Cataluña. Mi cabeza y mi cuerpo me dijeron basta. Mi entrenador me quiso llevar a Sídney 2000, pero le dije que ya no tiraba más”, reconoce. Se centró en el cuidado de sus hijas, Mariona y Núria, y se desvinculó por completo de la competición, aunque no del esquí. “Intento esquiar una vez al año. Ahora, con mis niñas y mis sobrinos disfruto de otra manera. Ver el manto nevado y escuchar el silencio de la montaña me recarga las pilas y hace que se me vayan los males. Soy muy feliz en la nieve”, apostilla Magda Amo, una mujer de talento innato que supo sacar partido a su potencial físico y mental e hizo brillar el deporte español en verano y en invierno.
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