El atleta leonés fue uno de los mejores velocistas ciegos del mundo en la década de los 90. Campeón del mundo y de Europa, conquistó cinco oros, una plata y dos bronces en tres Juegos Paralímpicos.
Cuando brazos y rodillas se acompasaban, Julio Requena exprimía cada poderosa zancada para regalar tardes mágicas sobre el tartán. Su vida dio un giro de 360 grados cuando le cortaron la luz de golpe y porrazo. Nunca le había gustado correr, pero el atletismo se encargó de destapar la velocidad innata de sus piernas y se convirtió en uno de los mejores esprínteres ciegos del mundo en la década de los 90. Reinó en las pruebas de 100 y 200 metros, fue varias veces campeón del mundo y de Europa y conquistó 8 medallas en 3 Juegos Paralímpicos (Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sídney 2000).
Nació en León en 1969 y veía todo el azul del cielo y el verde de esas tierras. Llevaba una vida normal, trabajaba como soldador y tenía proyectos por cumplir. Con 25 años su destino viró de rumbo de forma inesperada. Sin avisar, la oscuridad llegó a sus ojos por un accidente del que prefiere no hablar. “Fue un golpe durísimo, una etapa difícil de digerir, no podía imaginar que ya nunca volvería a ver. Pero no me quedaba otra que levantarme y seguir adelante. Tuve que empezar de cero en las cosas cotidianas, gracias a la ONCE aprendí a leer y a escribir en braille o a manejarme con un bastón”, relata.
Pese a que durante un tiempo imperó la desesperanza, supo bailar con la ceguera con el deporte como mejor aliado. “Estaba hundido y fue mi mejor vía de escape, me ayudó a reconciliarme conmigo mismo. Y eso que de joven odiaba correr, solo lo hacía detrás de un balón cuando jugaba al fútbol, pero nada más. El empujón que necesitaba llegó con los Juegos de Seúl’88, había atletas ciegos y me llamó la atención. Contacté con Luis Ángel Cueto, entrenador de León, me hizo unas pruebas y vio que tenía cualidades”, cuenta. No se equivocó y en su debut en Segovia se proclamó campeón de España.
Con el atletismo inició una carrera de fondo que le sacó del pozo. “Al principio iba a la pista con miedo, sobre todo cuando hacía aire de cara ya que me desorientaba, para el ciego el viento es como la niebla para el que ve. Eso sí, desde el primer día sentí una libertad tremenda”, asegura. En el Estadio Hispánico arrancó su camino para convertirse en el más rápido del planeta en su categoría. Empezó tarde, pero su evolución fue vertiginosa. Aunque tuvo un estreno internacional amargo en el Mundial de Assen (Holanda) en 1990. “En esa época corríamos los 100 metros lisos a la llamada, el entrenador se situaba en mitad de la pista y otro en la meta y te guiaban dando palmas. Aún era un novato y me sentía perdido, me metía cada hostia ya que me salía de la calle dando tumbos. Lo hice mal, quedé quinto”, lamenta.
Medallas en Barcelona’92
Ahí conoció al ruso Sergei Sevastianov, “a quien nadie era capaz de meterle mano, siempre ganaba”. A su regreso a España cambió el chip y surtió efecto al año siguiente en el Europeo de Caen (Francia), donde se coronó con tres oros en 100, 200 y 4×100 metros. “Era un desconocido, un don nadie, pero llegaba con unas marcas muy buenas y me salí. En la final del 100 me pulí al ruso y los rivales ya se preguntaban ¿De dónde ha salido este?”, dice entre risas. Desde entonces, con disciplina, inteligencia y férrea voluntad, el leonés fue amasando medallas y récords, como los que cosechó en los Juegos Paralímpicos de Barcelona’92.
Tuvo la suerte de ser uno de los portadores de la antorcha a su paso por las calles de León: “Fue muy emocionante, me trataban como lo que era, un deportista. Me sentí profeta en mi tierra. Y cuando llegué a la villa paralímpica era como si estuviese en una burbuja, fue todo mágico, desde el desfile de inauguración hasta la clausura”. Su irrupción en el estadio de Montjuic no pudo ser mejor, batió el récord del mundo en los 200 metros (24.04 segundos) con Pedro Maroto como guía -actual seleccionador de atletismo de la Federación Española de Deportes para Ciegos-. “En la final tuve un error en la curva y se me escapó la victoria ante el portugués Carlos Conceiçao. Me llevé la plata”, rememora.
En la prueba reina de la velocidad sí subió a lo más alto del podio, aunque compartiendo cajón con su gran rival, Sevastianov. “Ambos calcamos la marca, 11.83 segundos. Nunca se había dado un caso así y nos tuvieron dos horas esperando para decidir qué hacían. Querían que corriésemos otra vez para desempatar, aunque al final los jueces nos dieron el oro a los dos”, explica. Para aderezar su gran actuación en la Ciudad Condal, Requena se colgó otra presea dorada tras brillar en el 4×100 junto a Jorge Núñez, Marcelino Paz y Juan Antonio Prieto: “El estadio estaba lleno y con la gente chillando no oíamos nada, así que acordé con mi guía que me diera un toque para salir zumbando cuando fuese nuestro turno. Crucé la meta y si él no me para, yo sigo corriendo”.
De allí se marchó con tres metales, tres récords del mundo y “una palmadita en la espalda, porque dinero para nosotros no había”. En 1993 participó en el primer Mundial integrado para ciegos en Berlín, junto a atletas como “Michael Johnson, Haile Gebrselassie, Sergéi Bubka, Mike Powell, Abel Antón, Fermín Cacho… No podía creer que estaba en el mismo hotel y compartiendo pista con estas estrellas, que te trataban con mucho cariño y respeto. Y encima gané el oro en el 200 ante el portugués que me venció un año antes en Barcelona”, recalca.
Una lesión y su resurgir
Cuando mejor estaba tuvo que frenar en seco por una lesión en el bíceps femoral que le trajo por la calle de la amargura. “Fue un calvario, estuve tres años sin sacar resultados y me afectó. También influyó en que mi entrenador y yo no estábamos ya en la misma guerra. Mi nuevo guía, José María Álvarez ‘Morato’, me decía que no dábamos para más, pero sentía que aún tenía mucho potencial por ofrecer”, comenta. Necesitaba un cambio brusco y se puso en contacto con Paco López, un técnico de la vieja escuela que dirigía en la Blume de Madrid a los mejores velocistas.
“Le llamé por teléfono y le conté mi historia, le dije que necesitaba que alguien confiase en mí y me diese una oportunidad. Su respuesta, como para quitarme de encima, fue: ‘Si está usted mañana a las 9 le atenderé’. Llamé a mi guía, cogimos un tren y nos plantamos en la pista a las 8. Poco después llegó Juan Trapero, el español más veloz en esos momentos, a quien Paco le encomendó que me preparase. Con Juan aprendí a entrenar con más sapiencia y calidad”, asevera. Gracias al actual preparador físico del Real Madrid de baloncesto, Requena resurgió de las cenizas como cual ave Fénix. “Estaba muerto como atleta y resucité. Siempre les estaré agradecido a ambos porque me tendieron la mano en mi peor momento como deportista”, declara.
A las puertas de los Juegos de Atlanta’96 confirmó su buen estado de forma logrando el récord de España en 100 con 11.56 segundos. “También hice 11.32, pero no se validó la marca por la ayuda del viento. Estaba como un avión, me sentía imparable, con sensación de poderío, sabía que nadie podía cogerme”, declara. Y así fue, ningún rival le hizo sombra sobre el tartán estadounidense. Se llevó un botín de tres oros en 100, 200 y 4×100 (con Jorge Núñez, Juan Antonio Prieto y Enrique Sánchez-Guijo) con récords paralímpicos. “Como anécdota, antes de competir tuvimos una recepción con las infantas Elena y Cristina y a ésta última le pedí una pulsera. Le dije que se la devolvería cuando ganase el oro. Al final lo hice en 2005, cuando recibí la Medalla de Oro al Mérito Deportivo”, confiesa.
La ‘bala’ de León prolongó su racha unos años más. En 1997 ganó dos oros y una plata en el Europeo de Rímini (Italia) y en la temporada posterior se fue de vacío en el Mundial de Madrid por una lesión: “Me dio un pinchazo, pero cojeando hice 11.66 para acabar la prueba. Me superó un cubano -Jorge May Masso-, con quien andaba picado, pero me desquité de esa derrota un año más tarde. Fue en el campeonato del mundo de Sevilla, otra vez rodeado de los mejores. Recuerdo que el hotel estaba al lado de la Basílica de la Macarena, a la que acudí para pedirle a la Virgen que, si no me lesionaba y ganaba la prueba del 200 para ciegos, le llevaba flores. Logré el oro y me paseé por la ciudad con aquel ramo para cumplir mi promesa”.
Esa victoria le granjeó el ‘Víctor Ludorum’, el trofeo creado por IBSA (Federación Internacional de Deportes para Ciegos) para premiar al mejor atleta ciego del mundo. “Era un galardón en forma de estatuilla de bronce diseñado por Javier Mariscal, el creador de Cobi y de Petra, las mascotas de Barcelona’92. A los ganadores de ese Mundial les daban dinero, pero a los ciegos no. Nos prometieron también un viaje al Caribe y todavía lo estoy esperando”, bromea. Ese mismo curso firmó un doblete dorado en el Europeo de Lisboa, un impulso para encarar sus terceros y últimos Juegos, los de Sídney 2000.
“A Australia llegué pasado de entrenamientos, no me preparé como en las anteriores ediciones, aunque no es una justificación. Ya sabía que estaba cerca de mi retirada”, apunta el leonés, que subió al podio con dos bronces en 200 y en el relevo 4×100. Con una plata en los 100 metros en el Mundial de Edmonton (Canadá) en 2001 bajó el telón a su peregrinaje deportivo. “Mi guía ya no podía acompañarme a diario en las pistas y así era imposible competir, así que lo dejé, me desvinculé por completo del atletismo y ya no volví a correr”, apostilla Julio Requena, un velocista decidido y con un caprichoso e innato talento.