El catalán fue uno de los más destacados de la natación española en los años 70, ganó numerosas medallas internacionales y cuatro preseas en los Juegos Paralímpicos de Heidelberg 72 y Toronto 76.
Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
Cuando la oscuridad y el frío del invierno engullía la ciudad de Barcelona, Bertrand de Five se enfundaba el bañador y aprovechaba los minutos que las religiosas de los Hogares Mundet le dejaban para entrenar en la piscina descubierta. En aquellas instalaciones, donde nació el deporte adaptado en España, empezó a forjar su historia, la de un ‘tritón’ indomable, la de uno de los mejores nadadores del mundo en la década de los 70. Tuvo que salvar infinidad de barreras en un camino escabroso, pero nunca claudicó, porfió y peleó para dejar su impronta en la natación española.
La rehabilitación en el agua le permitió superar muchos problemas de movilidad causados por la poliomielitis, la epidemia que contagió a miles de menores entre 1950 y 1964. “Me afectó a las piernas, tenía bastante dificultad para andar, aunque durante mucho tiempo caminaba con muletas. Al final tuve que recurrir a la silla de ruedas”, cuenta el barcelonés. Para más inri, fue uno de los muchos niños abandonados poco después de contraer la enfermedad.
“A los 18 meses me dieron en adopción y hasta los 18 años viví en Hogares Mundet, era un centro religioso de lujo para los pobres, teníamos de todo. Fui muy feliz, era una institución magnífica”, asegura. En el complejo asistencial trabajó Juan Palau -precursor del deporte adaptado con el apoyo de Juan Antonio Samaranch-, que introdujo actividades integradoras y rehabilitadoras para personas con discapacidad. Bertrand fue uno de esos pioneros y pronto despuntó en natación por su empeño, talento y potencial.
“Me saqué el título de socorrista, era un afortunado porque en aquella época a los discapacitados no nos dejaban. Entonces se fijó en mí Pedro Cervera, que era waterpolista y campeón de España en salto de trampolín, me dijo que tenía futuro. Gané muchas medallas en las primeras competiciones nacionales en Tarragona y en Madrid con el nombre de ‘Olimpiada de la Esperanza’. Y con 19 años me seleccionaron para ir a los Juegos de Tel Aviv 1968, pero trabajaba como planchador para una empresa de corte y confección y no me dejaron ir. Aquello me supo muy mal, pero tenía que ganarme el pan y pagar mi estancia en la Residencia Fábregas”, explica.
Entrenos en piscina helada y sucia
No tiró la toalla y continuó, aunque con muchas dificultades en su preparación. “Le caí bien a uno de los jefes de la policía de la Diputación de Barcelona y en la piscina de Hogares Mundet entrenaba por las noches en invierno escoltado por una pareja de agentes por si me ocurría algo, incluso me traían sopa caliente para recuperarme porque el agua estaba helada, además de muy sucia”, recalca. Con 23 años empezó a trabajar en los talleres de Seat, que tenía un club de natación que dio la espalda a Bertrand.
“Entrenaban en la piscina Sant Jordi y a mí no me dejaban porque decían que los discapacitados éramos contagiosos. Me sentaba todos los días en la grada a ver a los chicos y lloraba muchas veces. Tuve que mendigar para encontrar unas instalaciones donde entrenar. Los Jesuitas de Sarriá me cedieron la piscina de noche en el colegio Sant Ignasi y luego me levantaba a las 4.30 para ir a trabajar. Y cuando tenía turno de tarde, por las mañanas al equipo de waterpolo del club Barceloneta, del que me hice socio, les robaba dos metros de piscina para ejercitarme. Dormía muy poco y cuando descansaba me pasaba todo el día en la cama”, confiesa.
Su esfuerzo, perseverancia y tenacidad se vieron recompensados en los Juegos Paralímpicos de Heidelberg 1972, donde el nadador catalán conquistó dos medallas de plata en las pruebas de 50 libre y 75 metros estilos. “Se utilizaron por primera vez paneles de cronometraje electrónico en natación. Recuerdo que la expedición española iba con gran ilusión, era algo nuevo para nosotros. Nos sentíamos deportistas, nos habíamos sacrificado mucho para llegar hasta allí, en mi caso tuve que poner dinero porque no nos pagaban nada. Afortunadamente, hoy día nada tiene que ver con lo que yo viví, los deportistas lo tienen todo hecho”, apunta.
En los años siguientes acumuló en sus vitrinas más de 50 preseas y trofeos internacionales, siendo campeón del mundo y recordman mundial. Y llegó a disputar sus segundos Juegos en Toronto 1976, pese a las vicisitudes con las que le tocó lidiar. “No fue fácil llegar, tuve que pedir dinero en la calle para pagar la residencia y coger autobuses para ir a entrenar. Guillermo Cabezas, primer presidente de la Federación Española de Deportes de Minusválidos, se portó genial y puso de su bolsillo para ayudarme. La vida me enseñó a ingeniármelas y a buscar los recursos para superarme”, asevera.
Un oro a pesar de la fiebre
En Canadá volvió a demostrar su enorme nivel y eso que primero sufrió la picadura de un insecto en una mano y después tuvo que nadar con fiebre. Se llevó una plata en 75 estilos y subió a lo más alto del podio con un oro en 50 metros libre. “La gente se volcó con nosotros, allí comprendí lo que era el voluntariado, por eso después me hice ‘boy scout’. Lo mejor de Toronto fue el compañerismo y la amistad. Lo peor, el regreso a casa. Cuando aterrizamos en España, de broma le decía al resto que mirase por la ventanilla del avión porque nos iban a recibir periodistas, bandas de música y autoridades políticas. Pero ni rastro, no éramos nada para la sociedad”, lamenta.
La falta de recursos y de apoyo le empujó a dejar la competición unos años después de quedarse sin ir a los Juegos de Arnhem (Holanda) porque la empresa de transportes en la que trabajaba no le dio permiso. “Al final acabas decepcionado con todo. Es que ni siquiera podías quedarte con una prenda como recuerdo, teníamos que devolver toda la ropa, el bañador y hasta los calcetines a la federación. Lo importante que te queda es el espíritu de superación, el sacrificio, las medallas, los viajes, las experiencias vividas y los amigos que hice a través del deporte”, recalca.
Uno de los recuerdos que mejor tiene grabado es la ceremonia de inauguración de Barcelona 92, unos Juegos en los que fue el portador final de la antorcha antes de que la flecha lanzada por Antonio Rebollo encendiera el pebetero. “Fue un momento inolvidable, aún la conservo en casa, tiene un gran valor sentimental, aquellos Juegos marcaron un antes y un después en el deporte”, dice. Bertrand continuó vinculado a la natación y ejerció de entrenador durante 35 años, en los que ayudó a formar a nadadores como Roger Vial, Jordi Pascual, Silvia Vives o Jordi Gotzens, medallistas en Barcelona.
También a Miguel Luque, que cuenta en su palmarés con seis medallas paralímpicas y que se prepara para estar en Tokio 2021. “Empezó en baloncesto en silla en el club Hospital San Rafael que fundamos, pero le convencí para que se dedicara a la natación”, asevera. Después presidió la Federación Catalana de Deportes para Personas con Discapacidad Física entre 1995 y 2007, año en el que creó la Fundación Adapta2, en la que se mantiene al frente a sus 69 años. “Tenemos escuelas con más de 120 jóvenes de todas las discapacidades que están abandonados por las administraciones catalanas. El objetivo es utilizar el deporte como herramienta para mejorar la autonomía personal y la integración social de estas personas. Es una forma de devolverle a la natación lo que me ha dado a mí”, finaliza Bertrand de Five, un pionero en la piscina.