El pasado verano, solo unos minutos después de certificar su billete para los Juegos Paralímpicos, Héctor Cabrera se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Llegó a pensar que no llegaría a Tokio ya que la lesión fue un calvario para él tras meses en los que las molestias se fueron alargando. Pero el valenciano está hecho de otra pasta y nada iba a detener su objetivo. Bajo el diluvio en el Estadio Nacional de la capital nipona ha cazado un bronce en lanzamiento de jabalina F13.
Sin zapatillas para la lluvia, algo que tampoco condicionó mucho cada carrera por el pasillo, el atleta español confirmó que había recuperado a tiempo ese ‘feeling’ con el artefacto cuando en su primer intento alcanzó los 61.13 metros, quedándose a poco más de tres metros del récord del mundo que él posee con 64.89 en F12 (deportistas con deficiencia visual). El metal ya estaba en el bolsillo y, por tanto, mejoraba el resultado cosechado cinco años antes en su debut en Río de Janeiro, donde fue quinto.
Mentalmente se encontraba mejor que hace un par de meses, cuando seguía sin recuperar sensaciones y sin verse con marcas competitivas. Le vino bien abrir su participación en Tokio en lanzamiento de peso para ganar en confianza y para darse cuenta de que físicamente estaba fuerte. El optimismo de Cabrera volvió a dibujarse en su rostro cuando sobrepasó la barrera de los 60 metros en su estreno. Grito de rabia que se escuchaba en las gradas vacías, golpes en el pecho y una sonrisa pícara como señal de buen presagio.
La estrategia del bicampeón de Europa funcionó, había que desplegar todo el potencial y la energía que llevaba en sus entrañas en ese primer intento para asegurarse un puesto en el podio. Luego trató de corregir aspectos en la técnica, pero se quedó en 59.95, después hizo nulo, subió hasta 60.77 y en los dos últimos, sabiéndose ya medallista, se quedó en 51.90 y 54.11 metros. Solo dos rivales estuvieron con registros más elevados, el británico Daniel Pembroke (oro con 69.52) y el iraní Ali Pirouj (plata con 64.30), ambos pertenecientes a la clase F13 y, por tanto, que tienen mayor visión.
“Sabíamos a lo que veníamos, hace años que nos pegamos con gente de una categoría superior, pero es lo que hay, nos toca ser mejores que ellos. La rodilla me duele a rabiar, hicimos un vendaje extrafuerte y salió bien. Por las circunstancias en las que llegaba estoy muy contento con el bronce, me sabe a oro. En Río 2016 dije que si conseguía medalla en Tokio se la dedicaría a mi abuelo, que falleció, así que va para él, mi referente”, ha expresado el pupilo de Juanvi Escolano.
Después de una larga y dura temporada, Cabrera, que sufre Síndrome de Stargardt desde pequeño -tiene un 5% de visión-, está deseando regresar a casa para cogerse unas vacaciones y desconectar del deporte. Eso sí, ya piensa en los próximos Juegos: “El nivel cada vez va subiendo más, pero mi intención es llegar a París 2024 y pelear por medallas”. Con su bronce, el Club Correr El Garbí ha hecho pleno en Tokio, ya que sus otros dos deportistas también se han colgado preseas: Kim López, un oro y Miriam Martínez, una plata en lanzamiento de peso.