Con una pala atada a su mano a través de una venda y en una arrumbada mesa que había en la Fundación del Lesionado Medular (FLM), Miguel Ángel Toledo peloteó por primera vez. “Fue el descubrimiento de mi vida”, recalca. Desde aquella tarde, el tenis de mesa se convirtió en su mayor motivación. “Pensaba las 24 horas en ello, estaba hecho para mí”, añade. En poco más de una década, el madrileño se ha colado entre los mejores del mundo en clase 2 (jugadores en silla de ruedas) y la recompensa a su trabajo y tenacidad le ha llegado con una invitación para competir en los Juegos Paralímpicos de Tokio.
“Cuando empecé en 2009, jamás se me pasó por la cabeza que podía llegar a un evento así, ni en sueños”, reconoce. Por eso, cuando el seleccionador nacional, Ramón Mampel, le llamó para comunicarle que la Federación Internacional de Tenis de Mesa (ITTF) le había concedido una ‘Wild Card’ para estar en la cita japonesa, Toledo confiesa que alguna lágrima recorrió su rostro de la emoción. “Es un subidón tremendo para mí y para los que me rodean. A mis 53 años, pocas opciones me quedaban ya para ir a un acontecimiento deportivo de este calibre. Es lo máximo a lo que puedo aspirar como deportista”, comenta.
De joven siempre estuvo ligado a un balón de fútbol, hasta que a los 20 años, una mala zambullida le dejó tetrapléjico. “Estaba en mi pueblo, Torrijos, y al tirarme de cabeza a la piscina me golpeé con el fondo. Era buen nadador, pero en ese momento supe que algo no iba bien, no podía moverme para salir a la superficie y me quedé flotando en el agua boca abajo. Menos mal que un amigo no pensó que estaba de broma y me sacó”, relata. Pasó 10 meses ingresado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo.
“Fue duro, me costó bastante tiempo adaptarme a mi nueva situación, pasé unos años en el limbo, hasta que decidí que no podía estar amargándome a mí y a las personas que tenía a mi lado, debía tirar para adelante. Me puse a estudiar, primero Trabajo Social y luego Antropología, y trabajé 10 años hasta que me dieron la incapacidad laboral. No podía quedarme en casa encerrado, así que busqué una actividad para estar ocupado y después de estar dando tumbos me encontré con el tenis de mesa, la motivación que necesitaba, encajaba con lo que me apetecía hacer”, explica.
La pala se convirtió en su mejor aliada y comenzó a perfeccionar la técnica en un club en Getafe durante un par de años y a empaparse de cada detalle visualizando vídeos de jugadores con su misma lesión. En 2009, con apenas unos meses de entrenamientos, se presentó en su primer Campeonato de España, “en el que me dieron tortas hasta debajo de la lengua, pero disfruté mucho, fue el impulso para querer dedicarme a ello”. En 2011 creó una escuela de tenis de mesa adaptado en la FLM de Madrid, su mayor orgullo y en la que ya despuntan jóvenes con talento.
Su debut en la élite llegó en El Prat de Llobregat en 2014 y desde entonces ha cosechado casi una veintena de medallas internacionales, siendo los bronces europeos por equipos junto a Iker Sastre en Dinamarca 2015 y en Suecia 2019 sus metales más preciados. “Mi problema es que dentro de cada categoría no todos tenemos la misma discapacidad, las pequeñas diferencias físicas son importantes y estoy más cerca de la clase 1 que de la 2, no compito en igualdad de condiciones, aun así, lucho con uñas y dientes. A pesar de ser diestro, como no tengo tríceps en el brazo derecho tuve que aprender a jugar con la izquierda para disfrutar y rendir más”, subraya.
El madrileño ha experimentado una progresión en las últimas temporadas, su único secreto es la constancia y la dedicación, las horas que pasa pegado a la mesa azul consolidando sus virtudes y puliendo defectos. “No ha sido un sacrificio, sino un disfrute continuo. Para mí, ir a entrenar es como irme de fiesta, hay que dedicarle mucho tiempo, pero sana con gusto no pica”, dice. El año pasado, justo antes de que estallase la pandemia de la Covid-19 dio un gran salto en el ranking tras derrotar en el Open Costa Brava (Girona) al número dos del mundo, el polaco Rafal Czuper. “Ese resultado y llegar hasta cuartos de final en el Preolímpico en Eslovenia en junio fueron claves para recibir la ‘Wild Card’”, afirma.
A Tokio acude cargado de ilusión y sin nada que perder, dispuesto a ponérselo difícil a los favoritos. “Quiero disfrutar la experiencia y aprovechar a tope cada momento. No llevo la presión de quedar campeón, eso es un factor a mi favor, así que puedo dar sorpresas. Físicamente no soy poderoso, tiro más de estrategia y creatividad con globos, aperturas y tratando de poner la pelota dónde no pueda llegar el rival. Por mis dificultades de movilidad siempre busco hacer puntos rápidos ya que en el peloteo sufro”, añade.
En la prueba por equipos sí tiene más opciones de luchar por el podio junto al bilbaíno Iker Sastre. Ambos forman un tándem sólido y coordinado. “Hemos sumado victorias ante parejas de gran nivel. En el Mundial de 2017, en el que acabamos quintos, ganamos en dobles a los vigentes campeones paralímpicos, los franceses Fabien Lamirault y Stéphane Molliens. Nos entendemos bien, confiamos el uno en el otro y para ganarnos tendrán que hacer un gran partido. Estamos capacitados para conseguir un premio mayor, en Tokio vamos a pelear por las medallas”, sentencia Toledo.