Fran Lara, un líder del baloncesto con traje de gregario

El manchego, capitán de la selección española de basket en silla de ruedas, es de esos jugadores que ofrecen un trabajo encomiable en la sombra. En Tokio disputará sus terceros Juegos Paralímpicos.

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Fran Sánchez Lara en un partido con la selección española. Fuente: FEDDF

Fran Sánchez Lara encaja a la perfección en ese perfil de jugador al que cualquier plantilla de élite del baloncesto en silla de ruedas le gustaría tener. Un ‘punto bajo’ -menor habilidad funcional- siempre dispuesto a sacrificarse por el bien del equipo, diligente, bregador, que da equilibrio y es capaz de asumir diversos roles. Un deportista que brilla con luz propia ejecutando en la sombra un encomiable trabajo que a veces pasa desapercibido. El manchego, capitán de la selección española, es un líder con traje de gregario. Con 32 años disputará en Tokio sus terceros Juegos Paralímpicos, en los que espera contribuir a un nuevo éxito de España, que tras la histórica plata de Río 2016 apunta otra vez al podio.

Su vida gira desde hace más de una década en torno a un balón anaranjado, aunque cuando conoció el basket en silla no sintió ningún flechazo. Sin embargo, acabó convirtiéndose en la piedra angular de su recuperación. Ocho meses pasó ingresado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo por una lesión medular. Un accidente de tráfico con 14 años cambió su rumbo. “Era un chico travieso y gamberro al que le encantaba jugar al fútbol. Una noche fui a casa de mi primo, que acababa de comprarse una moto y le pedí que me diese una vuelta, él no quería, pero le convencí. Estaba lloviendo, íbamos sin casco y metimos la rueda delantera en una alcantarilla. Salí despedido hasta golpear contra el maletero de un coche”, relata.

Estuvo 23 días sedado por encharcamiento pulmonar. No fue consciente de la gravedad de la situación hasta que vio el nombre del hospital en un papel que se dejó en la habitación una enfermera. “En la planta veía pasar por el pasillo a muchos niños en silla de ruedas, pero nunca se me pasó por la cabeza que yo necesitaría una. Le preguntaba a mi madre y ella solo me decía que todo saldría bien, aunque sabía que algo pasaba, no podía mover las piernas, era como si me faltase todo desde el pecho hacia abajo”, confiesa. Lejos de resignarse, con una entereza impropia de un chaval de su edad, Lara sacó ese carácter resiliente y positividad para reinventarse y afrontar su mayor reto.

“Tenía dos opciones, hundirme o seguir adelante. Nunca me he rendido, así que hice lo segundo. Lo asumí desde el primer momento y mucho tengo que agradecerle a la familia y a los amigos, que siempre me trataron como a uno más”, asegura. El de Bolaños de Calatrava (Ciudad Real) descubrió el baloncesto durante su larga estancia en el hospital, pero al principio lo vio pasar de largo. “Tenía miedo a caerme y a golpearme, no me gustó y me fui a probar el tenis de mesa, que era más tranquilo”, prosigue. Cuatro años después llegó de nuevo el tren a su estación y esta vez sí decidió subirse.

“Me llamó José Miguel López, que era entrenador del Toledo Funphaiin Peraleda, al que le debo mucho, para que me uniera al equipo. Llegué a un club recién ascendido a División de Honor, me sentía muy pequeño al lado de gente como Agustín Alejos o Sonia Ruiz, dos referentes para mí. No tenía nivel, no me manejaba bien con la silla, no sabía ni botar el balón o tirar. Me pasé un año entero preparándome solo físicamente, aunque pude jugar algunos minutos a final de esa temporada como premio al sacrificio”, explica. Absorbió rápido los conocimientos básicos de su nuevo oficio y en los siguientes años fue una pieza importante en el equipo toledano.

“Formaron un equipo potente, con jugadores como Asier García, Txema Avendaño o Bill Latham, fuimos dos veces subcampeones de Liga. Después, el club se quedó sin dinero y desapareció, así que me marché a Getafe y al año siguiente al Padova Milenium Basket de Italia. Aprendí mucho y me trataron como a un profesional, ese año marcó un antes y un después en mi carrera, mi caché subió”, comenta. En 2016 recaló otra vez en Getafe, donde maduró como jugador y fue capitán de aquel equipo que conquistó la Copa Willi Brinkmann. Y apareció el todopoderoso CD Ilunion, que lo reclutó en sus filas. En cuatro cursos ganó dos ligas, tres Copas del Rey y una Champions. “No tenía minutos suficientes y me marché a Las Rozas, donde volví a sentirme un jugador importante, y desde hace un año juego en Amiab Albacete”, añade. Con el club manchego ganó este año la Copa del Rey.

De debut inesperado a capitán de la selección

Su caso fue un ‘rara avis’ ya que apenas llevaba nueve meses entrenando cuando se enfundó la elástica de la selección española junior para el Europeo de Turquía en 2008, donde consiguió el oro. Y al año siguiente se colgó una plata en París en el Mundial sub-23: “Todo iba muy rápido, no podía creérmelo, apenas sabía llevar el balón o dar un pase. En ese campeonato, en cuartos de final jugué los 40 minutos con una infección de orina y con fiebre. Eso hizo que Óscar Trigo, que ya era seleccionador de la absoluta, me incluyera en la prelista de 22 para el Europeo de Turquía. Estaba de vacaciones en mi pueblo cuando me llamó y me dijo que hiciera las maletas que estaba entre los elegidos tras la lesión de un compañero”.

Ahí comenzó su trayectoria con la ‘ÑBA’ sobre ruedas, con la que ha logrado dos bronces (Israel 2011 y Frankfurt 2013) y una plata (Polonia 2019) en europeos, así como una plata en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016. “He vivido las penurias y la gloria del baloncesto español. En los primeros años las preparaciones eran nefastas, no teníamos balones, ropa para entrenar ni concentraciones. Tampoco nos daban dietas ni nos pagaban el transporte. Hemos tenido que poner dinero de nuestro bolsillo para ir con la selección. Afortunadamente hemos crecido y ahora estamos en lo más alto, es un privilegio formar parte de este grupo”, subraya.

El bolañego, que aún tiene gasolina y talento que aportar al equipo, es de esos jugadores que antepone el interés colectivo a los números individuales, de los que se vacían en la pista y cumplen. Es un punto uno diferente, una pieza polivalente que no solo pone pantallas para que los tiradores o los pívots se luzcan. “Me considero un buen defensor pese a ser pequeño, puedo trabajar para un compañero grande o para un lanzador, sé llevar el balón en ataque y cuando me toca estar en el banquillo lo doy todo animando. Destaco por ese juego que no se ve, tirar a canasta no se me da bien, pero bloquear me sale de memoria”, dice entre risas.

Lara confía en el nivel de España para subir al podio en los Juegos de Tokio, donde se medirá en la fase de grupos a Turquía, Colombia, Corea, Canadá y Japón. “En Río de Janeiro dimos un golpe sobre la mesa, nadie nos daba como favorito e hicimos un torneo espectacular. No tenemos un jugador top, pero sí una plantilla en la que cada uno es muy bueno en lo que sabe hacer, lo que nos convierte en un equipo difícil de derrotar. Jugamos de memoria, crecemos desde la defensa y el quinteto que está en la cancha saca sus virtudes y tapa sus defectos. Veo a una selección más madura y con más variantes de juego gracias al salto de calidad que hemos dado en nuestros clubes. Estamos motivados y con ganas de dar guerra, lo hemos hablado en el vestuario y el objetivo no es otro que traernos una medalla. Queremos seguir haciendo historia”, sentencia.

TEST TOKIO 2020. Conociendo a Fran Lara

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